Si alguien cree que esto es ni remotamente comparable a nada de lo que pueda suceder en España, es que delira.


El Parlamento de Canadá ha reconocido a la región francófona de Quebec como una “nación dentro de un país unido”. Como los defensores de la desintegración plurinacional de España ya se han apresurado a arrimar el ascua a su sardina, conviene deshacer confusiones: la situación de Quebec no admite comparación alguna con ningún otro caso de minorías en Europa, ni nacionales como en los Balcanes, ni regionales como en España.

Quebec representa desde su nacimiento, hace cuatro siglos, una entidad política y cultural singular. Hoy son más de siete millones de habitantes, aproximadamente una quinta parte de la población canadiense. Quebec (del vocablo amerindio kebek, estrecho) nació como Nueva Francia en 1608, cuando Samuel de Champlain dio forma político-administrativa a las tierras que los franceses venían colonizando en el norte de América desde 1534. Tras la guerra de los siete años entre Francia e Inglaterra (1756-1763), la Corona británica obtuvo ese territorio y deportó a una numerosa cantidad de colonos franceses. A los que se quedaron, se les concedió en 1774 un estatuto que garantizaba el uso de la lengua francesa, el culto católico y el empleo del derecho romano en lugar de la jurisprudencia anglosajona.

Si alguien cree que esto es ni remotamente comparable a nada de lo que pueda suceder en España, es que delira.