Si se tiene en cuenta que los terrenos donde Puy du Fou España está construyendo un parque temático en Toledo eran hace cinco meses un inmenso solar achicharrador, no cabe más que quitarse el sombrero ante el hecho de que lograran estrenar un primer espectáculo a finales de agosto. A falta del parque en sí, que tardará aún varios años en terminarse, el grupo francés abrió su show «El sueño de Toledo» con una grada, una aldea de bares y la promesa de prestarle tanto cariño a los espectáculos futuros como al nocturno que se proyecta estos días. Qué mejor reclamo, mientras se construye el parque, que un ejemplo sobre el escenario de lo que son capaces de hacer. 

Puy du Fou es desde hace varias décadas uno de los parques temáticos de mayor calidad de Europa, tan exitoso y lucrativo que decidieron exportar el modelo a otros países. Entre la Toscana, Salzburgo o algún lugar cerca de Madrid (finalmente un pueblo de Toledo), los franceses se decantaron por la localidad española debido a la posibilidades turísticas de nuestro país y, no menos importante, al potencial de su historia. Tal vez los españoles no hemos reparado en que pocos países (ninguno, de hecho) han protagonizado una gesta como la llamada conquista de América o surcado el Pacífico, en otro tiempo llamado El Lago español, con tal desprecio hacia los elementos y las distancias. Tampoco solemos hacerlo en el hecho de que una parte de Francia y de Europa discrepa de la visión más retorcida sobre la historia de España que ingleses, holandeses y protestantes varios han tatuado en la historiografía mundial.  En las virtudes de «El sueño de Toledo» se puede percibir esa admiración gala encarnada por aventureros católicos como Pierre de Bourdeille, viajero y militar del siglo XVI, que valoraba la calidad del carácter español y el hecho de que ninguna otra nación era tan altanera de palabra, de ingenio y de agudeza. Así lo plasmó en su libro «Rodomontades Espaignolles» («Bravuconadas de los españoles»), donde asegura que a los españoles ningún enemigo les parecía demasiado feroz o numeroso.

La primera impresión que causa la visita a Puy du Fou España es lo precario del estreno, con un aparcamiento y unas instalaciones que parecen enclavadas en el Medio Oeste americano del Dust Bowl. Mucho polvo y mucho paisaje crudo en la entrada a un parque que, al menos en Francia, está planteado como una experiencia inmersiva donde el entorno natural juega un papel fundamental. Aquí falta mucho para encontrar algo parecido. Solo una vez frente al enorme escenario que recrea la ciudad de Toledo y un Tajo representado por un lago artificial se puede comprender la ambición del proyecto. Durante los 70 minutos que dura «El sueño de Toledo», caballeros de Santiago, Isabel La Católica, Napoleón y sus gabachos, Cristóbal Colón y una infinidad de personajes históricos danzan por el escenario entre acrobacias, bailes, efectos especiales, caballos, fuegos artificiales, chorros de agua con luces de colores y otras tantas sorpresas escondidas en el decorado. Como en todo juego de ilusionismo, la idea es que el conejo en la chistera aparezca cuando el espectador menos se lo espera. Para ello no se ha escatimado en gastos con ningún detalle, que diría John Hammond en Parque Jurásico. La épica banda sonora la firma la Sinfónica de Londres, mientras que las voces de los actores son propias de los doblajes de las grandes películas de Hollywood. 

Eso sí, no cabe buscarle mucha fidelidad histórica entre tantos artificios, ni pretender que el espectáculo sea una recreación documentada de episodios pasados. La carabela de Colón emerge frente a las murallas de una ciudad tan lejana al mar como Toledo, los indígenas del Imperio español bailan a la menor ocasión con ropajes más cómodos que fidedignos y varios obispos llegan al Tercer Concilio de Toledo al galope. «El sueño de Toledo» es un espectáculo circense, más próximo a los musicales de Gran Vía o al Circo del Sol que al recreacionismo histórico. Se mueve entre pasajes casi legendarios y pasa de puntillas por episodios controvertidos o corrosivos. Y, desde luego, los pasajes más negativos ya tienen suficiente altavoz en otros formatos y relatos. «El sueño de Toledo» cumple con el propósito de reconciliar a los españoles con su historia, no desde el cerebro sino desde el corazón. Logra emocionar con esa España imperial de Lope de Vega y Cervantes o la del levantamiento contra las tropas napoleónicas de un pueblo feroz, más si cabe cuando se trata de una interpretación, casi un homenaje, realizada por nuestros vecinos. En ningún momento el show incurre en los clichés habituales de la Leyenda Negra, el principal temor que teníamos algunos.

viene respaldado por el mimo y la calidad con los que hacen las cosas. Pero también por las críticas de quienes le acusan de una excesiva religiosidad en sus espectáculos. Efectivamente, en suelo francés se puede ver la impronta católica en el espectáculo dedicado a la Revolución francesa, donde se relata la persecución religiosa en el periodo del Terror, o en el de los primeros cristianos de la Galia romana arrojados a los leones del coliseo. Gran parte de Francia no quiere olvidar que la historia del cristianismo es la historia de Europa… Tras el estreno de «El sueño de Toledo», las críticas de algunos medios españoles coincidieron, como cabía esperar, en esta misma línea aconfesional. Hay quien ha reclamado más pluralismo, menos cristianismo y aún menos impresión de que España ha sido una entidad unitaria, es decir, más espacio para la España de la teórica tolerancia musulmana y de los fueros como equivalente de riqueza regional. No obstante, bajo mi criterio, el auténtico error hubiera sido pretender desligar el cristianismo y la importancia de la religión de la historia de España o supeditar el relato de una de las naciones más antiguas de Europa a las veleidades autonómicas. Eso sí hubiera sido forzado y artificial. 

Los españoles somos libres de desligarnos completamente en el futuro de las creencias y convicciones que nos han llevado hasta aquí, pero, desde luego, no podemos arrancarnos la historia de las venas. A Puy du Fou no hay que pedirle un relato políticamente correcto o una reinvención, made in Diada, de nuestro pasado, sino que divierta y emocione con elementos, por una vez, positivos y libres de los prejuicios de cada día. Para los que quieran más dosis de lo mismo, ya hay suficientes reclamos turísticos y literarios sobre la inquisición repartidos por toda la geografía. Por no hablar del cine…

César Cervera