La gran mayoría de los españoles no siente el menor interés en el proceso de reforma del Estado emprendido por el PSOE y secundado en ciertas regiones por el PP.


El referéndum para la reforma del estatuto de Cataluña, que monopolizó el debate público durante meses, se saldó con un tremendo fracaso de participación: la sociedad demostró vivir muy lejos de las preocupaciones de la clase política. Ayer, en el referéndum gemelo celebrado en Andalucía, la abstención de la gran mayoría de los ciudadanos ha vuelto a ser la nota dominante: un 63,75% del electorado ha preferido no votar. Eso significa que Andalucía tendrá un estatuto de autonomía respaldado por menos de un tercio de sus ciudadanos.

Aquí hay un problema que va más hondo que el sentido del voto: ya no se trata de que los ciudadanos quieran aumentar o no la autonomía de sus comunidades; se trata de que a la inmensa mayoría de la sociedad española todo esto le da igual. O para ser más precisos: la gran mayoría de los españoles no siente el menor interés en el proceso de reforma del Estado emprendido por el PSOE y secundado en ciertas regiones por el PP.

El Gobierno Zapatero, la clase política en general, puede seguir pensando que no pasa nada, que bastan los partidos para tener una democracia. Se equivocarán: la base de la democracia –como la base de la nación– no son los partidos, sino los ciudadanos. Y si éstos dan la espalda a los políticos, porque los políticos viven en un mundo ajeno al de los ciudadanos, entonces nuestra democracia se pudrirá.