Desde DENAES no podemos sino lamentar los desatinos, siempre en la misma desnacionalizadora dirección, del partido de Iglesias


Como todos los años desde 1977, las campas San Miguel de Aralar se volvieron a llenar de sectarios del nacionalismo vasco. Se celebraba esa fiesta coincidente con el Domingo de Resurrección que desde los medios más cursis se insiste en llamar Alderdi Eguna, y que en nuestro editorial, en rigurosa coherencia con el idioma en el que se escribe este texto llamaremos, lógicamente, Día del Partido. Del Partido Nacionalista Vasco.

Como todos los años, los representantes y simpatizantes del partido de Dios y la Ley Vieja, lema que habla a las claras de la filiación carlista de este pseudopartido que sigue venerando al racista Sabino Arana, hicieron ondear la bandera oficial de la Comunidad Autónoma Vasca, ese Euzkadi, luego Euskadi, pero también Euskal Herria, en nombre del que se han cometido cientos de crímenes cuyas víctimas tenían un denominador común: su condición de españoles. Unos movían el árbol, mientras otros, Arzalluz dixit, recogían las nueces; o lo que es lo mismo, desde el mismísimo inicio de la actual democracia, las pistolas etarras fueron la mejor herramienta para que el PNV chantajeara a sus anchas a los timoratos y oportunistas representantes de la soberanía nacional.

A tal extremo han llegado las imposiciones de estas sectas vasquistas, que no sólo han reinventado un idioma, imponiéndolo en el grado de lo posible, sino que hasta la bandera de inspiración británica confeccionada por Arana para su partido ha llegado a presidir las instituciones de tan españolísimos, castellanísimos, territorios. Acaso el único precedente de tal imposición textil sea el partido nacionalsocialista de Hitler, tan obsesionado como don Sabino en la búsqueda de la pureza de la raza.

Ante la consabida escenografía anual, no podían faltar las bravatas habituales de estos caudillos regionales que se crecen en un día que conmemora aquella iluminación sufrida por su buen Sabino en 1882, cuando se dio cuenta de lo diferente que era del resto de compatriotas, los españoles. Así las cosas, no es de extrañar que Iñigo Urkullu definiera a las Vascongadas como una «nación foral», en consonancia con las rancias y ventajistas raíces de su partido.
La ocurrencia, un simple ruido, pues los fueros eran dados a territorios subsidiarios de otros con mayor poder, pretende ser un nuevo subterfugio para lograr el objetivo final: la Confederación de Estados Vascos, al que se llegaría, ¡faltaría más!, gracias a un «nacionalismo cooperativo, colaborativo, inclusivo, en un marco complejo de soberanías superpuestas». La no menos vieja y absurda idea de la «nación de naciones» tan semejante a la cuadratura del círculo.

Acaso sea esa paraidea política siempre latente la que ha llamado la atención al partido más fascinado por los nacionalismos fraccionarios: Podemos, plataforma donde todo aldeanismo tiene su asiento a la que por tal motivo no puede considerarse, en rigor, un partido nacional, sino más bien un conglomerado formado por diversas corrientes ideológicas entre las que destacan sobremanera todas aquellas que presenten un avanzado cuadro de patologías hispanófobas. Por tal motivo no ha de extrañar que Podemos se sumara a la fiesta campera de los sabinianos.

Ante la extrañeza de algunos ingenuos escandalizados por la participación de los podemitas en tales fastos, la secretaria general de Podemos Euskadi, Nagua Alba, ha manifestado que su partido no se sumó a estas ceremonias por cálculo electoral, sino por compromiso. Quedaban así despejadas las dudas que algún despistado pudiera tener en relación a la formación amoratada. Al cabo, Podemos es el grupo que con mayor fideísmo observa algunos de los preceptos fundamentales de la España surgida tras la celebrada Transición. En efecto, Podemos, como antes lo hicieran sus predecesores en el proceso desnacionalizador, hará todo lo posible por establecer diferencias entre españoles en función de su lugar de origen o residencia. Un objetivo que, de prosperar, aproximaría a España al Antiguo Régimen, y al que consagraron sus fuerzas, durante los sesenta y setenta del pasado siglo, socialdemócratas mercenarios, democristianos solemnes, oportunistas, restos del ERC y el PNV, y algunos grupúsculos carlistas que perseguían los mismos objetivos que la indocta casta de Somosaguas, siempre encantada de pisar las Herriko Tabernas con las cuales se financiaba ETA.

Desde DENAES no podemos sino lamentar los desatinos, siempre en la misma desnacionalizadora dirección, del partido de Iglesias, al tiempo que volvemos a subrayar uno de nuestros mayores anhelos: la abolición de cualquier rastro de todo aquello que tenga que ver con los medievales fueros, intolerables e incompatibles con cualquier nación política.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española