En su obsesión por articular la Nación Española según un modelo federal que no encaja con su Historia ni sus características, el PSOE sugiere que, de llegar al poder, modificará en cuanto tenga ocasión el Artículo 2 de la Constitución Española


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En estos días previos a la campaña electoral de las elecciones generales, los partidos políticos afinan su artillería y preparan sus paquetes de promesas electorales, buscando encandilar a un electorado no demasiado proclive a creerlas. Son épocas de ilusionar, máxime cuando los comicios se celebrarán el 20 de Diciembre, en plena efervescencia del consumo navideño y por lo tanto del cénit económico del mercado pletórico, cuya forma de elección se corresponde de manera isomorfa con la elección realizada en las urnas.

Si bien algunos políticos parecen despistados, prometiendo subir el salario mínimo interprofesional por encima de los seiscientos euros, ignorando que lleva años por encima de esa cifra, otros prometen a conciencia y diríase que también a mala fe. Hablamos sin duda de Pedro Sánchez, candidato del PSOE a La Moncloa, que anuncia en su borrador de programa electoral, presentado esta semana, una reforma constitucional que altere el contenido del Artículo 2 de la Nación Española, el mismo que hace referencia a su indisoluble unidad.

Según sostiene Pedro Sánchez, sólo le mueve a hacerlo un buen propósito: evitar el conflicto entre quienes, dentro de su partido, defienden que Cataluña es una nación y quienes lo niegan. Para ello, nada mejor, opina, que retocar un artículo donde podría desaparecer (aunque la proverbial ambigüedad socialista no lo aclara) precisamente el elemento que supone toda una bofetada de realidad sobre los utópicos proyectos federales para España: la referencia a la Nación Española como unidad indisoluble, no cuarteable en artificiosas unidades federales, al contrario del proyecto «disolvente» del PSOE de Sánchez.

Parece ser que la dirección del PSOE barajó dos opciones de cara al problema catalán: o bien incluir en el texto de la reforma constitucional que Cataluña es una nación (lo mismo que dice el Estatuto Catalán de 2006 cuya iniciativa correspondió al nefasto presidente socialista Zapatero) o bien reformular el artículo 2 de nuestra Carta Magna, incidiendo en detalles no sólo en referencia a la unidad de la Nación, sino que, en lugar de hablar de «la autonomía de las nacionalidades y regiones», sustituirlo por la referencia a «territorios».

Se anuncia en consecuencia una nueva polémica entre un sector del PSC y el resto de las federaciones del partido. Y también, como es natural, frente a los partidos políticos que logren una amplia representación parlamentaria tras el 20 de Diciembre: en el PP nada se ha dicho al respecto más que respetar el actual orden constitucional, y partidos de nuevo cuño como Podemos o Ciudadanos tampoco aclaran si apostarán por semejante reforma constitucional que necesitará, no lo olvidemos, de dos tercios de la cámara favorables para alterar artículos del Título Preliminar de nuestra Constitución.

Es verdaderamente desolador escuchar de boca de Pedro Sánchez, el hombre que presume de ser diferente a Zapatero por «ser economista» (pese a que también se permite el lujo de prometer una irreal subida del salario mínimo interprofesional rondando los mil euros mensuales, que no tendría consecuencia práctica alguna), las mismas palabras vacuas pero extremadamente peligrosas en lo que a la unidad de nuestra Nación se refiere, con efectos igualmente disolventes que los del gobierno del último y pánfilo Presidente de Gobierno socialista. Recordemos que el pasado año, en las semanas previas a la convocatoria del referéndum separatista del 9 N en Cataluña, Sánchez no tuvo mejor ocurrencia que prometerle al sedicioso Arturo Mas la reforma de la Constitución Española en un sentido federal (asimétrico, se entiende) a cambio de que retirase la consulta. Esto es, de tener al socialista de presidente la unidad nacional de la Nación Española, su unidad como Estado que hay que remontar al menos a los Reyes Católicos, como hemos argumentado sobradamente durante años desde estas líneas, estaría aún más bajo amenaza si cabe.

Pero parece ser que en el PSOE ya existe un consenso firme a la hora de retirar la referencia a «la indisoluble unidad de la Nación Española» del citado Artículo 2, por considerarla «retrógrada» [sic] y apostar por hablar de «territorios» en lugar de «nacionalidades y regiones». Más cuestiones «semánticas», que diría Zapatero. Más «café para todos», dirán desde las filas sediciosas, que ante el servilismo y sumisión de los sucesivos Gobiernos de España no han hecho más que aumentar sus exigencias y su grado de «insatisfacción». En este «federalismo asimétrico» que postulan los socialistas, Cataluña verá reconocida su «singularidad», tal y como se reconoció en la denominada Declaración de Granada del año 2013, en la que el PSOE prometió «un nuevo encaje» (¿cuántos van ya?) de Cataluña en España y el reconocimiento compensatorio de la peculiar «singularidad» de cada autonomía, en especial de la de Andalucía y su «realidad nacional». Desolador…

Desde la Fundación Denaes observamos con especial preocupación que el PSOE, el otro gran partido nacional que aspira a la Presidencia del Gobierno, no rectifique una lamentable trayectoria de décadas de desnortamiento respecto a la Nación Española, cuando no directamente complicidad con sus enemigos declarados. Urge que en las filas socialistas surjan voces sensatas, que entierren los disparates federales y postulen una reforma constitucional pero en sentido opuesto: la que refuerce su indisoluble unidad frente a las amenazas que ha supuesto el Estado de las Autonomías.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.