Las procesiones y los capirotes, desde un punto de vista nacional, forman parte de una identidad colectiva y son expresión directa de un modo de ser y de sentir aquilatado por la historia y la cultura.


La Semana Santa es una de las expresiones más singulares de la cultura española. A ojos de muchos, se trata de unas celebraciones incompatibles con el mundo secularizado. No es esa nuestra posición. La secularización no es una especie de revolución permanente, un proceso que debamos reproducir todos los días y en toda situación, como si aún estuviéramos en los tiempos en que pugnaban el trono (regio o republicano) y el altar. Hay, ciertamente, quien vive en permanente revolución francesa, pero eso no deja de ser un juego de rol.

La secularización del poder ya es un hecho consumado, y hoy no se discute ni desde las tribunas ni desde los púlpitos. Respecto a la secularización de la sociedad, es un proceso histórico que a la propia sociedad corresponde pilotar a su antojo, no bajo el imperativo de un poder político. En ese contexto, que es el contexto contemporáneo, la conmemoración de la Semana Santa adquiere unos rasgos que corresponden, ante todo, a las convicciones y rituales de la sociedad española. Las procesiones y los capirotes, desde un punto de vista nacional, forman parte de una identidad colectiva y son expresión directa de un modo de ser y de sentir aquilatado por la historia y por la cultura. Por eso se trata de manifestaciones que desde esta Fundación no podemos sino ver con simpatía y respeto.