Así de simple y así de dramático en un país que hoy mismo padece, sólo que agravados, los mismos males que le hicieron meterse un tiro en la sien derecha con sólo veintiocho años.


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Así lo acaba de asegurar uno de sus descendientes, Jesús Miranda de Larra, quien prepara una completísima biografía del escritor con motivo de su bicentenario en 2009. Recordatorios como este no están pero que nada mal, sobre todo en los tiempos por los que atraviesa la Nación y en medio de esta tendencia a diluir toda nuestra literatura en ese vago concepto llamado “Cultura” (con mayúscula) que nadie sabe muy bien qué es pero al que se han dedicado Ministerios, al que se ha descafeinado de todo sentido nacional y al que se ha santificado bajo la única, indeleble e incuestionable etiqueta de todopoderosa progresía. Lo demás, claro, ya no es “Cultura” y acaba en el limbo de lo políticamente incorrecto o simplemente se oculta por incómodo. Por eso no es extraño que el cincuentenario de la muerte de Pío Baroja -autor entrañado en el drama y el ser de España- pasara en 2006 casi desapercibido, especialmente en su vascongada y querida tierra natal; o que a Unamuno, ese gran Excitator Hispaniae -como acertó a definirle Pedro Laín Entralgo- se le ignore precisamente por inquietador de conciencias en toda España y más aún en su misma tierra vasca; o que al propio Mariano José de Larra se le acabe reduciendo en colegios y universidades a la imagen de enamorado enfermizo, pionero del movimiento hippie o precedente del moderno nihilismo autodesctructor a lo Kurt Cobain.

Pero no. A Larra, se ve, lo mató España. Así de simple y así de dramático en un país que hoy mismo padece, sólo que agravados, los mismos males que le hicieron meterse un tiro en la sien derecha con sólo veintiocho años. Basta leer sus afilados y geniales artículos de El Pobrecito Hablador o El Duende Satírico del Día (“Vuelva usted mañana”, “El castellano viejo”, “El día de difuntos de 1836”, etc.) para que un escalofrío nos sacuda el espíritu. Porque ahí se recogen, sí, las mismas denuncias frente a los mismos problemas y las mismas lacras enquistadas en la España de hoy en día: la impunidad de un Gobierno obsesionado sólo por perpetuarse en el poder; la prepotencia de una burocracia parasitaria y prepotente; la existencia de castas dominantes, apiñadas actualmente en las covachas del separatismo y los resquicios de una Constitución fallida; y sobre todo la ignorancia, el adocenamiento dirigido por el poder y la consiguiente falta de libertad de un pueblo, el español, a merced hoy de otras castas dominantes igual o más perniciosas. Frases del propio Larra escritas a comienzos del siglo XIX, como “El pueblo no es verdaderamente libre mientras que la libertad no esté arraigada en sus costumbres e identificada con ellas” o “El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer” son terriblemente actuales y reflejan los mismos males que desde hoy mismo embrujan las salas del Prado, quintaesenciados en una más que recomendable exposición titulada Goya en tiempos de guerra. Los mismos, en definitiva, que dan razón de ser a la Fundación DENAES y que ésta lleva poniendo en evidencia desde su propio nacimiento.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA