Por mi experiencia en el Sector Público en sus distintos niveles, puedo afirmar que no deben creerse el disfraz solidario e idealista que normalmente encubre determinadas líneas de subvenciones. Vivir del presupuesto público es una forma de subsistencia como cualquier otra, perfectamente respetable, si bien algunas partidas consignadas ocultan arcanos propósitos.

Técnicamente una subvención es una disposición dineraria realizada por un Administración Pública a favor de personas o entidades, normalmente privadas, para la ejecución de un proyecto o la realización de una actividad de utilidad pública o interés social. Se diferencian de los contratos públicos en que la Administración concedente no recibe una contraprestación directa de la entidad subvencionada sino que el beneficio revierte directamente a la ciudadanía.

Hasta aquí la elegante teoría. El problema es que a través de evidentes subvenciones se mercadea de forma vil con determinadas sensibilidades colectivas, generando una red clientelar a través de entidades, asociaciones, ONG o sindicatos con autoridad moral, al menos en concretos perfiles de ciudadanos.

Nada que no se haya inventado ya: se trata de cebar a un moderno chamán que a su vez transmita a un colectivo, de forma sibilina, lo bueno que es el señor que nos ha tocado en suerte por patrón. Lo que en el Medievo se conocía como simonía.

Les refresco este casi olvidado terrible pecado eclesiástico de carácter medieval. Consistía en la compra-venta de bienes espirituales, como los sacramentos o los cargos eclesiásticos, que suponían un importante halo de autoridad en aquella sociedad. La palabra se deriva del pérfido Simón, el Mago, quien intentó comprar poderes espirituales del apóstol Pedro (Hechos 8:18-24), quien a su vez replicó con contundencia: «¡Que tu dinero desaparezca contigo, dado que has creído que el don Dios se adquiere a precio de oro!».

Total, que volviendo al siglo XXI, la simonía ha metamorfoseado y se ha convertido en emotivas subvenciones, de tal manera que el poder público genera recursos para cubrir problemas sociales a favor de las mencionadas entidades y asociaciones, cuyas estructuras y personal hacen lo que pueden en relación con el teórico fin subvencional. No afirmo lo contrario, pero lo importante es que promuevan el buen nombre del político que está repartiendo los caramelos, con objeto de perpetuarlo en el poder, ya que sistemáticamente promoverán el voto fiel al mismo.

De esta perversa manera, los partidos políticos al frente de las Administraciones Públicas subvencionan no proyectos o actividades de interés social, sino personas físicas o jurídicas concretas, que son perfectamente conscientes que el dinero llega en la medida que se suban a los modernos púlpitos audiovisuales y sean vehementes con su parroquianos en orden a demonizar al osado político que pretenda arrebatarles su pan.

Llegará un día en que los ciudadanos exigiremos un mayor respeto al dinero público que pagamos con nuestros tributos o no podremos sostener los servicios públicos que han generado un modelo de sociedad sin comparación en la historia de la Humanidad.

Alberto Serrano Patiño