Y hacía eso apuntan las declaraciones hostiles, sectarias, de alguno de los portavoces de la reciente escisión socialista.


Cuando esta Fundación proclamó la necesidad de defender la idea de España como nación, muchos nos tomaron por alarmistas o catastrofistas: “España no peligra”, decían. Hoy, por fortuna, es mayoritaria la opinión de que la política de Zapatero ha fragilizado extraordinariamente la solidez de la nación española. Esta convicción no afecta sólo a la derecha, opuesta por principio a la política de Zapatero, sino también a la izquierda, como demuestra la reciente escisión socialista del grupo de Rosa Díez.

El gran riesgo, ahora que somos muchos quienes queremos defender a la nación española, es que algunos defensores consideren que la nación es sólo cosa suya y que nadie más tiene derecho a pronunciar la palabra “España” si no es desde una determinada ortodoxia ideológica. Eso significaría convertir a la nación en una secta. Y hacía eso apuntan las declaraciones hostiles, sectarias, de alguno de los portavoces de la reciente escisión socialista, como si sólo ellos tuvieran en el camino de la verdad en materia de “españolía”.

La nación no es una secta. España no es un chiringuito. La fuerza de la nación española debe residir en que todos, sean cuales fueren nuestras diferencias filosóficas, políticas o religiosas, estemos de acuerdo a la hora de defender España como un proyecto común de libertad personal y de pertenencia colectiva. Nadie es más “españolista” que otro por considerarse a sí mismo más “progresista”. Es precisamente este tipo de querellas entre españoles, pertinazmente llevadas hasta el extremo, lo que ha hecho tan frágil la unidad de España, favoreciendo los intereses de los secesionistas. Es triste equivocarse de enemigo.