La comparecencia de Arturo Mas ante los tribunales de justicia, a causa de su participación en el referéndum sedicioso del 9 N, rodeado de alcaldes y fieles a la causa separatista, más que un halo de heroicidad semeja a una pantomima donde el final es más que conocido


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Llegó el día en el que Arturo Mas hubo de rendir cuentas a la justicia. No fue en el malvado y maniqueo «Madrid» sino en la propia Barcelona, escoltado por centenares de alcaldes sediciosos portando su bastón de mando de forma amenazante, como si fueran las antorchas que los nacional socialistas usaban en la década de los años 30 del siglo pasado, y que el separatismo catalán ha recuperado de forma nada ambigua para sus ceremonias nocturnas. Previamente, Mas rindió homenaje en el Castillo de Montjuic a Luis Companys, Presidente de la Generalidad catalana durante la Segunda República y la Guerra Civil que dio un golpe de estado separatista en 1934 y traicionó de forma constante al bando del Frente Popular en la guerra de 1936, justo en la efeméride número 75 de su fusilamiento por el régimen franquista. Seguramente pretendía así imbuirse del espíritu de semejante personaje, considerado de forma acertada un precedente de la sedición que los actuales separatistas catalanes están llevando a cabo.

Pero Mas ha cometido una pifia monumental, puesto que, evocando los lejanos tiempos segundorrepublicanos y guerracivilistas, la memoria histórica implantada por ley por el nefasto Presidente socialista Rodríguez Zapatero y hoy en significativo «olvido», afirmó que, al igual que sucedió con Companys, hoy el Gobierno de España mostraba hacia los «demócratas» catalanes las mismas actitudes predemocráticas que vivió su idealizado antecesor. Evidentemente, Arturo Mas es un cínico redomado, puesto que sabe perfectamente que el único referente «democrático» y dialogante que podría encontrar en esa nómina de sediciosos de los años 30 del siglo pasado es el antecesor de Companys, el antiguo militar Francisco Maciá, quien tras calmar sus ánimos iniciales de una invasión de España desde los Pirineos en tiempos de Primo de Rivera, proclamó, paralelamente al 14 de Abril de 1931, la República catalana dentro de la República española, ante lo cual el Presidente republicano Niceto Alcalá Zamora acudió a Barcelona para dialogar con Maciá y negociar el germen de lo que sería el Estatuto Catalán de 1932.

Companys, por el contrario, no hizo más que mantener un lenguaje y unas formas guerracivilistas: amenazó con que los «escamots», organización separatista paramilitar cuyas formas externas y uniformes semejaban a los de las fuerzas nacional socialistas de la Europa de entreguerras, irían fusil en mano a «implantar la democracia» al resto de España, y también paralelamente al golpe de estado que inició el PSOE en Octubre de 1934 en toda España (aunque sólo llegó a tener algún efecto en Asturias), Companys dio su golpe de estado separatista en Cataluña aprovechando la confusión reinante. Aunque, eso sí, Companys y los suyos demostraron poca bravura, puesto que a la mañana siguiente de haber proclamado su República catalana, acabaron huyendo por las alcantarillas que evacuan cerca del Palacio de la Generalidad…

En ese aspecto, Arturo Mas y su idealizado Companys, con quien es comparado constantemente en la propaganda que está rodeando este proceso judicial, son prácticamente idénticos, puesto que el presidente catalán en funciones afirma en sus declaraciones ante los jueces que fue el único responsable del 9 N, pero que la responsabilidad última es de los voluntarios que organizaron todo. Como además la convocatoria de semejante pseudorreferéndum no fue realizada según los cauces legales, esto es, por escrito, no hay nada que pruebe semejante responsabilidad: Mas pudo ser el inductor, pero si los autores fueron los llamados «voluntarios» y no hay una sola orden escrita emanada de la Presidencia de la Generalidad que lo atestigüe, bien podemos estar ante un cobarde caso de «tirar la piedra y esconder la mano».

Seguramente por todo ello, y pese a su cobardía innata, Mas se sabe inmune ante un proceso incoado contra él que le mantiene al frente de la actualidad informativa, justo ahora que la organización separatista CUP muestra su rechazo a investirle presidente tras las elecciones del 27 S. Casi se diría que Mas constituye una forma de bloqueo al avance de semejante proceso separatista, puesto que su presencia como cabeza visible del movimiento sedicioso, cabeza a la que partes significativas del mismo muestran su rechazo total, no hace sino provocar discusiones que se eternizan y enfrían el entusiasmo separatista, como se frenó cuando el Tribunal Constitucional afirmó una obviedad: que cualquier tipo de referéndum que busque romper la indisoluble unidad de la Nación Española es ilegal y por lo tanto un delito. Cobardía, máxima; bravura y determinación para luchar por la independencia, ninguna. Puras bravatas. Del infinito al cero.

Pero nada importa a un Arturo Mas que seguirá haciendo la seña de las cuatro barras de la señera con los dedos de su mano, saludando a un auditorio enfervorizado a las puertas de los tribunales, y apelando a «la épica» como lleva haciendo desde que por fin, en el año 2010, las urnas y los pactos postelectorales le permitieron ocupar el gobierno catalán. Ahí comenzaron sus fabulaciones y su huida hacia delante que se hizo cada vez más notoria año a año, viéndose en el espejo de Companys como un «héroe» de la nación catalana que nacerá segregándose de España. Eso es lo que, sin ambigüedades de ningún tipo, se celebra ni más ni menos que en la manipulada fiesta del 11 de Septiembre, la Diada.

Los editoriales que nuestra Fundación ha dedicado al asunto del separatismo catalán nos ofrecen por desgracia un panorama similar: si ante el cambio de gobierno hace cuatro años, ante las inminentes elecciones generales del año 2011 el 20 N y el presumible cambio de gobierno que entonces se avecinaba, alertamos de esta crecida separatista, ahora, ante otras elecciones también inminentes, para el 20 de Diciembre del año en curso, no podemos sino destacar que la amenaza contra la Nación Española sigue igual de vigente. Todo pese a que varias de las figuras antiespañolas que la abanderan, como Arturo Mas, aun llevando tiempo amortizadas, se vean como «héroes» ante la pasividad, a veces por inercia y otras por mera prudencia política, de un Gobierno de la Nación Española que en más de tres décadas ni siquiera se ha planteado la aplicación del Artículo 155 de la Constitución, para evitar que una comunidad autónoma se sitúe fuera de la ley que obliga a todos los ciudadanos de la Nación Española sin distinción, artículo cuya aplicación a día de hoy es prácticamente quimérica.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA