Después de los sangrientos atentados yihadistas del 17 de agosto en Barcelona y Cambrils, se han sucedido numerosas reacciones de rechazo a los mismos en toda España, como, por otra parte, era de esperar, en la medida en que los españoles de ambos lados del Meridiano Cero siguen considerando a día de hoy al territorio que circunscribe la Comunidad Autónoma de Cataluña como parte del inalienable suelo patrio. Y aunque sin duda las reacciones de rechazo y condena también se han producido en otras partes del planeta éstas se pueden ordenar en torno a motivaciones de índole más general.
Es evidente que las primeras reacciones, naturalmente tanto las de la «gente de la calle» como las de aquellas personas que ostentan alguna representación institucional, fueron las del rechazo, la repulsa y la condena. Más tarde llegaron las expresiones de dolor por la muerte y la tragedia repentina que invadió la esfera biográfica de tantas víctimas, como por ejemplo el llamado «Memorial del dolor» que los ciudadanos de Barcelona levantaron sobre un mosaico de Miró con velas, flores y otro tipo de presentes. Después se han seguido las «ceremonias de silencio» y otro tipo de manifestaciones, hasta la manifestación del 27 de agosto en Barcelona donde los ciudadanos españoles que concurrieron en ella gritaron en lengua catalana «¡No tengo miedo!». Incluso en la mayoría de las mezquitas abiertas y distribuidas por el territorio español tuvo lugar un rezo, al parecer, dedicado a las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils. Un rezo en el que los fieles pidieron por las víctimas y los familiares de los atentados, a la vez que los imanes dedicaban sus sermones a la «Jutba», para unirse al dolor de los ciudadanos y rechazar la violencia.
Pero todas estas reacciones fueron seguidas de un número no menor de consideraciones de segundo orden por parte de periodistas, tertulianos, especialistas, etc. que entrañaron de alguna manera reflexiones acaso más sutiles sobre «la violencia», «el terrorismo», «la religión», «el cristianismo», «el islam», «la tolerancia», «la democracia», etc. Ahora bien, estas reflexiones de segundo orden, aunque contaron con los trámites de descripción de acontecimientos, apoyados en una solvente documentación, e incluso con la expresión de los sentimientos de los ciudadanos, constituyen de alguna manera una suerte de «teorización» que pide elevarse sobre los fenómenos a fin de tener una visión, por decirlo así, más amplia –esencial-. Son precisamente estas consideraciones de segundo orden las que ameritan la mirada crítica de DENAES, porque aunque muchas veces emanan de los presupuestos humanistas más inocentes acarrean una serie de consecuencias prácticas totalmente despreciables.
Nos referimos en este caso al tratamiento equidistante que desde tantos –incluso paradójicamente desde la propia Iglesia Católica- y tantos lugares se ha dado al catolicismo con relación al islam. Este tratamiento equidistante parte de unos supuestos laicistas según los cuales se considera al islam en el mismo plano que al catolicismo, a las iglesias en el mimo plano que a las mezquitas y a los curas en el mismo plano que a los imanes. Decimos esto sin perjuicio de que se pueda argüir en contra toda una casuística de sacerdotes cristianos «integristas» a la vez que de imanes «occidentalizados». La cuestión es que la equidistancia neutralista del laicismo marra el tiro completamente y confunde a los ciudadanos ignorantes al no permitir tener una perspectiva formalmente política de la situación.
En efecto, el neutralismo religioso de quien ejerce la posición laicista, como ocurre con numerosos periódicos, pero también con los comentaristas de las tertulias televisivas, que parecen situarse en un mundo uránico más que en las sociedades políticas realmente existentes del presente, ven las cosas manteniéndose equidistantes tanto de quienes aceptan una confesión como de quienes la niegan. De ahí que el ejercicio que el neutralismo equidistante laicista cree más pertinente es el de meter entre paréntesis tanto al catolicismo como al islamismo, a las iglesias como a las mezquitas; y por ello el cura tiende a ser visto, según tal perspectiva, en el mismo plano que el imán. La tolerancia democrática consistirá precisamente en comparar a los curas con los imanes. Pero esta perspectiva laicista no apunta hacia una comprensión racionalista a la hora de analizar las religiones y mucho menos para interpretar y entender los ataques del yihadismo hacia España.
Con todo, para DENAES, una interpretación racionalista de los atentados de Barcelona y Cambrils debe comenzar rechazando la interpretación neutralista y equidistante del laicismo, porque desde un punto de vista formalmente político no es posible mantener tal equidistancia. Pero además es imposible porque pide un irenismo ciertamente sospechoso, inviable en la práctica, precisamente por el proselitismo –polémico- atinente a cada confesión. Finalmente y sobre todo porque el catolicismo, hoy, constituye la atmósfera -la morfología moral- que envuelve constitutivamente a la sociedad política Española tras largos siglos de lucha contra el islam. Renunciar a nuestra historia milenaria embebidos en el neutralismo equidistante, como cuando se retiran los sarracenos caídos bajo los cascos del caballo blanco de Santiago por mor del decoro relativista, supone dar la razón a quienes asesinan a cristianos barceloneses bajo las ruedas de una furgoneta blanca.