Un Gobierno ha de escoger bien las amistades de cuyo brazo se presenta en la escena internacional.
La dignidad de una nación también tiene que ver con su dimensión exterior: cómo nos ven en el mundo y cómo vemos nosotros nuestra propia posición en el concierto de las naciones. Estas cosas son muy importantes para el concepto que una nación tiene sobre sí misma. Por eso la política exterior no puede consistir en una ciega persecución del interés inmediato, sino que tiene que combinar el interés económico y geopolítico de la nación con otros imperativos que pertenecen más bien al ámbito de la moral y de la justicia. Por ejemplo, sería inmoral que una nación se aliara con una liga de dictaduras sanguinarias a cambio de un petróleo más barato. Por eso un Gobierno ha de escoger bien las amistades de cuyo brazo se presenta en la escena internacional.
Los españoles sabemos dónde estamos: el ámbito de la Unión Europea y la Alianza Atlántica dibuja un campo de relaciones tan estrecho y tan sólido que ya está por encima incluso de los vaivenes gubernamentales. Pero, precisamente por eso, conviene guardar el decoro. Quizás el Gobierno no sea consciente de ello, pero los nuevos amigos cuya compañía frecuenta –Guinea, Marruecos, Venezuela, Irán, Cuba, Bolivia, Turquía– son países donde la inmensa mayoría de los españoles no desearía vivir.