Pese a las numerosas plataformas e ingentes cantidades de dinero público invertidas en su promoción, aparte de unas cifras de hablantes exageradamente infladas, la lengua catalana no pasa de ser una lengua regional hoy convertida en mera habla de laboratorio
Seguramente uno de los problemas más acuciantes que han existido en la Historia de la humanidad es la imposibilidad de comunicarse. El mito bíblico de Babel, la maldición que Dios lanza a los hijos de Adán por su soberbia, obligándoles a diseminarse por todo el mundo y a hablar diferentes idiomas, es sin duda un ejemplo de esa poderosa incapacidad, que numerosas lenguas han aspirado a superar, ya fueran el latín durante siglos como lengua franca, o el inglés en la actualidad, sin menospreciar la potencia y prestigio del español, la lengua oficial de la Nación Española y de más de una veintena de países en todo el mundo, que está conociendo una inusitada expansión tanto como lengua materna como de segunda lengua.
Sin embargo, en España, la corrupción del régimen autonómico ha convertido la cuestión lingüística en una cuestión política amenazante para la identidad nacional. Tal es el caso que nos ofrece la denominada Plataforma por la Lengua, una presunta Organización No Gubernamental (pero que, como tantas otras, recibe ingentes cantidades de dinero público, en este caso de la Generalidad de Cataluña) cuyo ideario se consagra a la defensa y expansión (vía inmersión lingüística, bien lo sabemos) de la lengua catalana. Una de sus últimas acciones ha consistido en enviar una carta a Netflix, empresa norteamericana que ofrece el servicio de televisión e internet mediante tarifa plana a operadoras que trabajan en España para los servicios de teleseries y películas.
En dicha misiva, los representantes de la ONG conminan de forma no muy amable a los dueños de la multinacional a que «no menosprecien» los «derechos lingüísticos de 10 millones de consumidores potenciales». Y es que parece ser que Netflix no ha tenido la delicadeza, ni se ha decidido a gastar parte de su presupuesto, en permitir una versión en catalán para sus contenidos, desde que comenzase su emisión en España el pasado mes de junio. Ni sus contenidos pueden visionarse más que en inglés o español, y la web de la multinacional se presenta al público únicamente en ambos idiomas. Todo ello constituye para esta singular fundación una «falta de respeto», invocando que en el «Estado español» [sic] también existen otras lenguas oficiales.
Asimismo, no dudan en comparar la situación del catalán con otros países y comunidades lingüísticas de Europa. Como afirman desde la Plataforma por la Lengua, «Netflix ofrece subtítulos en sueco en Suecia, finés en Finlandia, noruego en Noruega y danés en Dinamarca», lo que constituye una situación comparable a la que ocurre en España: como para estos buenos samaritanos sin ánimo de lucro, Cataluña ya es una nación de pleno derecho, los contenidos que se emitan dentro de su territorio han de ser ya en catalán, al igual que en otras naciones canónicas europeas se emiten dichos contenidos en el idioma patrio.
Incluso aun no pensando en los términos triunfalistas de «Juntos por el Sí» o las CUP, que ya se ven como padres de la patria catalana, en la ONG apelarán a la distinción de «española» que algunos oportunistas aplican al catalán al igual que el gallego, el valenciano o el vasco a la hora de considerarlas como cooficiales, reduciendo de forma despectiva el español a su condición de «castellano»; incluso el Instituto Cervantes promociona en sus sedes en el extranjero cursos en estas lenguas regionales o cooficiales, junto a la habitual promoción del español. Todo pese a que esas «lenguas de España» sean otra cosa que cooficiales respecto al español, la lengua oficial que todos tienen el derecho a usarla y el deber de aprenderla como dice. El adjetivo «español», aplicado a unas lenguas de escaso recorrido más allá del ámbito familiar (produce vergüenza ajena escuchar que una ONG diga que hay 10 millones de catalanohablantes, como si quien habla el catalán no conociera perfectamente el español), no es más que otra forma de confundir de quienes menosprecian el español para meter con calzador su lengua vernácula.
La misiva de la organización «no gubernamental» remitido a Netflix presume aun así de «la buena salud» del catalán a nivel digital, comparándolo con lenguas como el alemán, el holandés o el italiano. Ridículo: el catalán no pierde hablantes, pero sus intentos de inmersión lingüística sobre regiones de España como Valencia o Baleares, realizados con la insana intención de que Cataluña no sólo se independice sino que atraiga hacia sí esa franja mediterránea bajo la forma delirante de «Países Catalanes» (incluyendo a la franja que limita Cataluña con Aragón, donde hábilmente detectan «catalanismo»), no han tenido el efecto deseado: el número de hispanohablantes no ha menguado. Si ya de por sí el catalán no es más que una lengua de laboratorio cuya gramática acuñó hace un siglo Pompeyo Fabra para pasar por encima del tradicional lemosín hablado en Cataluña (como hemos defendido desde hace tiempo), sus proyectos artificiosos de inmersión están destinados al fracaso en un mundo donde mandan lenguas de carácter universal que destruirán en pocas décadas la Babel mundial: el tan denostado español y el inglés, principalmente.
Pero nada frena a estos envalentonados sediciosos: si desde sus filas se exige constantemente que en toda comunicación oficial se usen los «nombres oficiales» de las ciudades catalanas (así, en lugar de Lérida y Gerona, «Lleida» y «Girona»), los sediciosos, con su habitual cinismo, lo catalanizan todo: cuando desde los organismos oficiales han de referirse a los topónimos de autonomías vecinas, como Aragón, en lugar de hablar de Zaragoza o de Huesca, los sustituyen por «Saragossa» u «Osca». Muchos periodistas afines a la ideología ambiente, presos de una corrección política inexplicable, han caído en esos vicios y en lugar de usar los topónimos en español, los adaptan a la lengua vernácula correspondiente (A Coruña o las citadas Lleida o Girona). ¿También transforman al alemán o al inglés los topónimos respectivos? ¿Hablan de München o de London cuando se refieren a Munich o a Londres? Es obvio que no.
Desde la Fundación Denaes no podemos sino denunciar este nuevo intento de amedrentamiento hacia una multinacional extranjera a la que nada importan las artificiosas querellas de los sediciosos antiespañoles, y que por encima del caos y la corrupción en la que desgraciadamente nos hallamos inmersos en la Nación Española, valora la pujanza y la importancia del español como lengua de comunicación y elemento que constituye esa identidad de España que los sediciosos pretenden quebrar vía inmersión lingüística.
Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.