
Como decía Chesterton, “lo que está mal es que no nos preguntamos lo que está bien.” Y lo que está bien es que, pase lo que pase el domingo, la Nación española seguirá existiendo de hecho y por derecho. Como es habitual, sea cuál sea el resultado electoral, todos los partidos habrán ganado las elecciones. Otra cuestión, más peliaguda, será saber qué han ganado o qué han perdido los españoles.
No serán raros los comentarios que hablen de la buena o de la mala salud de la Nación. Por supuesto, no será raro que optimistas irredentos, con interés o sin él, griten a los cuatro vientos que estamos mejor que nunca, ni tampoco faltarán los que, con interés o sin él, se apresten a extender el certificado de defunción de la Nación española o diagnostiquen su fatal acabamiento. Especialmente, no será difícil encontrar a esos interesados terapeutas que aconsejarán a muchos españoles que no hay mejor remedio que el fatalismo, que la aceptación de un curso histórico de debilitamiento progresivo vital secular.
Pero es ridículo, en el caso de las naciones, que las tratemos como si fueran entidades biológicas que pueden enfermar o sanar, cuya salud pueda mejorar o empeorarse. Es pura metafísica biologicista. Ni la Nación puede sanar o enfermar, ni le pueden sobrevenir enfermedades incurables. Sí, es cierto, las naciones pueden empezar y pueden acabar (pueden nacer y pueden morir, en la terminología biologicista). Pero si hay que ponerse metafóricos, tratándose de España, el modo más apropiado de hablar sería el astronómico: la Nación española es una gran estrella “eclipsada” (eclipse favorecido por ciertos compatriotas de buena voluntad que andan aquejados de ciertos complejos, cierta ignorancia sobre su historia y su cultura y, también hay que decirlo, cierto panfilismo, exactamente el mismo cuadro que presentan otros compatriotas de no tan buena voluntad, pero compatriotas, al fin y al cabo). Es precisamente este “eclipse” el que puede dificultarles ver con claridad cuánto tienen y cuánto le deben a su “buena estrella”.
Cuando decimos, frente a las naciones de fantasía en que se nos quiere dividir, que España es la única Nación política realmente existente tampoco se nos olvida que “Nación española” quiere decir hoy, pase lo que pase el domingo, más de cuarenta millones de españoles, mujeres y hombres en su mayoría orgullosos de ser lo que son, de su cultura, de su lengua, de su historia, de su posición en el mundo, de sus planes y de sus proyectos. Es más, que está fuera de toda duda que la inmensa mayoría quiere a España, que la inmensa mayoría cree que ser ciudadano español es un privilegio y que no cambiarían su ciudadanía por ninguna otra.
Es por eso por lo que decimos que estas elecciones no van a hacerles ganar o perder España a los españoles, pues ya es suya, y que esta Fundación no va a hacer otra cosa sino defender la verdad simple y sencilla. Pero, cuidado, tampoco nos engañemos: si bien es cierto que la Nación española, en esencia inviolable, se mantendrá en su cénit de permanencia histórica y superioridad moral sobre sus enconados enemigos, éstos cuentan hoy entre sus filas con quien precisamente rige su manifestación más práctica y política: el Estado. Si permitimos que Zapatero, rector y al mismo tiempo azote de la Nación, renueve el próximo domingo este su doble juego, estaremos condenando a España no ya a un eclipse sino a una fatal ceguera de por vida. Si esto sucede, quizás, como aquellos trágicos ciegos que retrató Buero Vallejo en la ardiente oscuridad, los españoles tengamos que decidir algún día entre rebelarnos o resignarnos a seguir viviendo en la terrible comodidad de las tinieblas.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA