El problema es que la revisión del sistema autonómico se está haciendo deliberadamente en el sentido de una creciente disgregación del Estado, de una creciente fragilización de la unidad nacional.


Parece que en Galicia asistiremos a un proceso semejante al andaluz: descabellada reclamación de “realidad nacional”, neutralización formal con alguna alusión expresa a la Constitución y, al final, componenda que dejará el problema medio resuelto para hoy, pero aplazado para mañana.

Dejemos las cosas claras: el problema no es sólo que un estatuto de autonomía proclame una “realidad nacional”; el problema es que la revisión del sistema autonómico se está haciendo deliberadamente en el sentido de una creciente disgregación del Estado, de una creciente insolidaridad entre las regiones, de una creciente fragilización de la unidad nacional. Todas las cesiones –todas– van en la dirección de reconocer cualidades “nacionales” en las regiones españolas; cualidades que antes no se reconocían y que ahora, en nombre del “consenso”, se convierten en conceptos de curso legal. Se prepara así el camino para nuevos pasos en la peor dirección posible.

Podrán decirnos que tales pasos nunca se darán porque ahí están el PP, los tribunales o la Constitución para impedirlo. Pero si ya se está cediendo ahora, ¿qué nos impide pensar que no se cederá mañana? Mientras tanto, la única realidad visible es esta: un proceso de progresiva desnacionalización de España que no beneficia a los ciudadanos, sino tan sólo a unas clases políticas autonómicas que aspiran a configurarse como oligarquías autosuficientes. Vuelven las taifas.