Joaquín Portet, uno de los miembros del exitoso grupo pop español de las décadas de 1980 y 1990, El Último de la Fila, ha recuperado un inesperado protagonismo al humillar a un camarero por no servirle un café con leche que le pidió en catalán


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Son de sobra conocidas las acciones realizadas por los sediciosos para conseguir que la lengua española sea convertida en algo meramente marginal allí donde detentan el poder. Recordemos cómo a la compañía alemana Air Berlín, premiada con nuestro Premio Español Ejemplar 2009 en la categoría de Actividad Profesional, se le intentó amedrentar desde los sectores del separatismo catalán por no poner la marginal lengua catalana dentro de la oferta de traducciones en sus servicios aeronáuticos en Cataluña y las Islas Baleares, reduciéndose los mismos a la lengua española, oficial en toda nuestra Nación.

Ni que decir tiene que la aerolínea alemana dispone de mucha más fuerza que los pequeños y medianos empresarios, que tienen que enfrentarse al día a día de las multas y los chantajes por no rotular sus negocios en catalán. Pero hace siete años consideramos que el premiar a esta empresa extranjera era todo un síntoma, no sólo de la amenaza del separatismo y sus imposiciones absurdas, sino también de cómo dentro de la Nación Española la pasividad de las autoridades es total a la hora de rectificar estos abusos, teniendo que ser una empresa foránea la que se pusiera seria con un asunto tan grave que está sucediendo a diario en España desde hace décadas.

Sin embargo, el acoso al español no es solamente una cuestión de empresas, sino también de trabajadores que han de sufrir una constante humillación por no conocer lenguas vernáculas, no sólo de sus propios empleadores sino de clientes malhablados y arrogantes, que creen que su lengua de laboratorio les concede una especie de supremacía sobre los que sólo hablan español. Así, esta misma semana hemos conocido que Joaquín Portet, antiguo miembro del dúo musical El Último de la Fila, disuelto en 1998, humilló de forma muy grave, durante un crucero de la naviera Balearia entre las islas de Ibiza y Formentera, a un camarero al que pidió en catalán un café con leche, respondiendo el trabajador que él conocía varias lenguas pero no la catalana, lo que provocó una reacción verdaderamente desmesurada de Portet, incluyendo no sólo insultos (en catalán, por supuesto), sino la difusión junto a ellos de la foto del trabajador a través de las redes sociales, hecho que puede ser perfectamente considerado delictivo.

El propio trabajador, de quien en las redes sociales pronto muchos sediciosos comenzaron a pedir que fuera despedido (algo que la empresa afortunadamente no hizo), en un gesto de autoinculpación excesivo, llegó a rectificar ante los medios de comunicación, diciendo que consideraba inapropiado haberse dirigido así a un cliente; además, que tras apenas cuatro meses trabajando en la naviera (aunque con una dilatada experiencia en el mundo de los cruceros), es capaz de entender el catalán pero que había demasiado ruido de fondo como para comprender correctamente.

En cualquier caso, la reacción de Joaquín Portet carece de justificación, por mucho que cómplices del separatismo catalán como el inefable periodista Salvador Sostres, el mismo que afirmó en una columna periodística que sólo hablaba en español con su criada, porque es un idioma «de pobres» [sic], hayan justificado que en el ámbito de los fabulados «Países Catalanes» sea normal usar el catalán, tildando el propio Sostres de «mamarracho» al pobre camarero que tuvo la ocurrencia de responderle en español a Portet que no le entendía lo que estaba pidiéndolo. Siendo un crucero organizado en España, y ambos protagonistas, tanto el camarero como el cliente, españoles, lo más natural hubiera sido que la petición del servicio fuera en español, que ambos entienden a la perfección. Pero Portet prefirió sacar a relucir la lengua catalana con un inequívoco intento de distinguirse frente al «pobre», que diría Sostres.

Y es que la querencia de Portet por el catalán no es algo casual ni irrelevante, reducido al nivel de una anécdota puntual, sino que viene de muy atrás. De hecho, hace ya dos años, el cantante y compositor Manolo García, el otro componente del dúo musical El Último de la Fila, interrogado en una entrevista concedida entonces acerca de la disolución del grupo que formaban ambos, afirmó que la verdadera causa que motivó la disolución de una formación exitosa no fue el socorrido «fin de ciclo» o «búsqueda de nuevos horizontes» en forma de carreras en solitario como la que el propio García inició entonces, sino que ambos componentes decidieron disolver un grupo que gozaba de catorce años de éxitos porque Portet, literalmente, «empezaba a estar incómodo con el tema lingüístico». Esto es, que Joaquín Portet fue desde siempre un acérrimo catalanista que cantaba en español por una mera cuestión de éxito comercial; si por él dependiera, solamente el catalán hubiera salido de su boca.

Manolo García, que pese a ser barcelonés de nacimiento y por lo tanto catalán, nunca ha tenido contacto directo con la lengua catalana en su ámbito familiar —él mismo se confiesa parte de «los otros catalanes» en la misma entrevista—, afirma que no tuvo problema alguno en cantar alguna canción con Portet en catalán, que siempre le pareció un tema indiferente, irrelevante, puesto que «yo puedo hablar catalán, pero no tengo esa sensación de patria», aunque eso sí, siguiendo la ideología oficial de tantos miembros de la farándula, se declara «ciudadano del mundo», pues «tampoco la tengo de patria española. A mí lo de los Estados y los Gobiernos no me interesa nada». Y es que García se confiesa «bastante anarcoide».

Pese a la confesión divagante de Manolo García, tan habitual entre los denominados «intelectuales y artistas», está claro que Portet queda más que retratado en estas palabras de su antiguo compañero musical: no como un catalanista acérrimo, sino como un verdadero hispanófobo, para el que ni la cuestión lingüística ni de una presunta patria nunca fueron algo accesorio como para García, sino un verdadero leiv motif. Por encima de su carrera musical, Joaquín Portet sí que necesitaba esa «sensación de patria», como la describe Manolo García, y qué mejor manera que «hacer patria» que presumiendo de ese rasgo identitario de su lengua de laboratorio, frente a quienes considera poco menos que tarados por no hablar catalán y sí una lengua como el español, que es la misma lengua que Portet entiende a la perfección, al igual que todos los españoles y cuatrocientos millones de personas en todo el mundo. Pero claro, qué mejor manera de mostrar la superioridad del catalán que humillar a un pobre camarero, que tuvo la osadía de pedirle que se expresara en español, y que luego, ante la amenaza de un inminente despido de parte del dueño de Balearia, también muy catalanista, ha tenido que recular…

Desde la Fundación Denaes no sólo afeamos el intolerable abuso de Joaquín Portet, contra un trabajador que simplemente no entendía una lengua vernácula perfectamente prescindible, en el contexto de una comunicación entre dos hispanohablantes, sino que denunciamos este hecho como otro síntoma más de la corrupción que el separatismo provoca en sujetos como Portet, desde hace muchos años en el olvido, y que ha vuelto a la actualidad haciendo honor a ser «el último de la fila» del separatismo catalán, otro agente sedicioso más en suma.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.