Bandera.jpgDurante las últimas semanas, los españoles venimos asistiendo, como en una suerte de rápido precipitado, al desarrollo de una serie de acontecimientos que apuntan a la inminente secesión de la Comunidad Autónoma de Cataluña del resto de España: Ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la República Catalana, Ley del referéndum de autodeterminación vinculante sobre la independencia de Cataluña, abandono por parte de los partidos no nacionalistas del hemiciclo en señal de protesta, suspensión de la Ley por el Tribunal Constitucional de manera urgente, apercibimiento a los 948 alcaldes catalanes y a 62 cargos públicos de la Generalidad por participar en el referéndum vinculante, etc.

Y si no fuera por la gravedad de los hechos, parecería que asistimos a un esperpéntico vodevil, dado el ritmo de los acontecimientos y la frivolidad de las declaraciones de los diferentes líderes de unos partidos políticos que se dicen nacionales y se muestran partidarios del hesicasmo. Los despropósitos –sin excusar, por supuesto, los de las mismas fuerzas nacionalistas fraccionarias– se siguen a pasos agigantados generando un discurso que resulta a estas alturas agotador y deleznable. Porque son inauditas las declaraciones de unos españoles que se dicen no serlo en nombre de la «invención» de la nación catalana y que amenazan impunemente al resto de la sociedad política española como si nada.

DENAES contempla los hechos ya desde la perspectiva de quien ve cumplirse los planes y programas advertidos y denunciados tantas veces. ¿Pero cuál es el siguiente paso, una vez confirmadas sus advertencias? ¿A quién corresponde tomar las medidas necesarias –si es que se quiere tomar tales medias sin medias tintas–? No vale con decir que «Nos van a obligar a lo que no queremos llegar», pues precisamente parece que el Gobierno –quien debería tomar las medidas pertinentes- no se atreve a dar este paso.

Efectivamente, DENAES, que ha denunciado una y otra vez el ortograma de la invención de la nación catalana, tiene que manifestar el hartazgo al que nos conduce la situación actual. Constantemente dándole vueltas a los mismos asuntos, cuando en realidad no parece preocupar a nadie, ni al mismo Gobierno –sin perjuicio de las amaneradas por sosegadas palabras del Presidente Rajoy a quien tampoco nadie parece hacer caso.