Artículo publicado por Santiago Abascal en La Razón el 29 de julio de 2007.


Nunca fallaba. La carta navideña de Gabriel Cisneros, parcialmente manuscrita, llegaba al último de los concejales populares del País Vasco. Yo la recibí, puntual, cariñosa, y comprometida, durante muchos años. Sin embargo, no le conocí personalmente hasta el final de su vida cuando, sin dudarlo, aceptó incorporarse al proyecto de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Denaes), participando activamente en cuantas reuniones y manifestaciones le permitió su debilitado cuerpo.

La diferencia de edad, –Gabriel firmaba la Constitución cuando yo aprendía a caminar –, no fue nunca un obstáculo para nuestra momento se puso a disposición de la Fundación, ofreciendo una sorprendente accesibilidad, realizando propuestas y regalándonos su cariño y su, hasta el final, inquebrantable energía.

Hace pocos meses me contó lo que tuvo que pelear para que el actual artículo 2 de nuestra Constitución incluyera el «se» –la redacción inicial no lo hacía – para finalmente proclamar que «la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española», y no al revés. La diferencia era esencial. Mientras que en el borrador primero la Constitución fundamentaba la unidad, en la propuesta de Gabi –la que venció – la Constitución se fundaba sobre la unidad previa de España. Y es que antes que un gran constitucionalista, como le reconocen ahora sus adversarios y enemigos, fue un gran patriota español.

Ahora, Gabriel se nos ha ido, significativamente, a la par que se ha esfumado el consenso de la transición. Con la muerte de la Constitución del 78 hemos perdido también a uno de sus padres. Pero el adiós de Gabriel no ha sido baldío. En sus últimas voluntades, en una entrevista a LA RAZÓN, fue tajante: «Ahora soy radicalmente partidario de reformar la Constitución. El mejor homenaje que podemos hacerle es convertir sus deseos en realidad. Gabriel, no te defraudaremos.