Cuando se trata de defender uno los flancos especialmente atacados por el secesionismo, la lengua, si no somos suficientemente precisos, corremos el riesgo de acatar la terminología del enemigo


313-3.png

El editorial de hoy tiene como protagonista al “Manifiesto por una lengua común”, el documento presentado el lunes en el Ateneo de Madrid por el filósofo Fernando Savater y la historiadora Carmen Iglesias, entre otros representantes de los llamados “intelectuales” de la democracia española.

Con prudencia, que no ceguera, sea bien recibido; como con toda denuncia de la política lingüística secesionista, esa que ha llevado a que haya territorios de nuestro país en el que la lengua española esté prohibida, especialmente de los planes educativos, no podemos dejar de solidarizarnos con sus firmantes. Desde su publicación ha recibido el apoyo de numerosos periodistas, políticos y, en general, personalidades del mundo académico y profesional que pueden considerarse emblema de los valores de la Fundación para la Defensa de la Nación Española. Nadie podrá dudar de que Alejo Vidal Cuadras, Albert Boadella o Federico Jiménez Losantos, por poner tres ejemplos significativos de quienes han apoyado el documento en cuestión, son hoy una referencia política para el patriotismo español.

Ahora bien, algo se puede reprochar a un texto en el que se comienza eliminando el nombre correcto de esa lengua que dicen ser común, ya que no es el de “castellano”. Y es que cuando se trata de defender uno los flancos especialmente atacados por el secesionismo, la lengua, si no somos suficientemente precisos, corremos el riesgo de acatar la terminología del enemigo, como ha sucedido en este caso ya desde la misma Constitución.

Entonces, ¿por qué es el español, que no el castellano, la lengua común de los españoles? La respuesta la hemos de buscar en el proceso histórico que permitió que la lengua castellana, en su génesis circunscrita al territorio de Castilla, fuese ampliando su radio de acción primero a toda la península, a través de la acción imperial de los ya españoles frente al Islam, y después, desde el siglo XV, hasta América. La denominación de “castellano”, así, no es inocente, pues elimina ese proceso secular en el que se forjó históricamente España y que es necesariamente eclipsado desde la historiografía nacionalista. Hoy, el castellano es el español que se habla en Castilla, y no es la lengua común a todos los españoles, sino un dialecto como el andaluz o el asturiano, respectivamente el español que se habla en Andalucía o en Asturias.

El apoliticismo del que adolece este Manifiesto le hace confundir qué es lo verdaderamente atacado por el secesionismo: pues si se ataca a la lengua, se hace como medio para debilitar la Nación, su verdadero fin.

FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA