Con el Ejecutivo noqueado y rotos los consensos básicos del Estado, es urgente recomponer el equilibrio del país.
El debate del lunes en el Congreso ha dejado muy claras dos cosas, recogidas de manera prácticamente unánime por toda la prensa española. Una, que la política de Zapatero hacia ETA ha fracasado. La otra, que nadie se fía de los brumosos propósitos del presidente en un futuro inmediato, por la sencilla razón de que no los ha sabido explicar. Ambas constataciones deben necesariamente señalar un punto de inflexión en la política española. Primero, porque Zapatero había hecho del “proceso de paz” con ETA un eje absoluto de su proyecto de Gobierno, y ahora ese eje se ha roto. Segundo, porque a ese proyecto se había trenzado el otro gran dislate gubernamental, la reforma de los estatutos de autonomía, proceso que ahora ya no puede justificarse mediante la apelación a una atmósfera general de apaciguamiento. Todo esto es tan importante, tan decisivo para el destino de España, que la mera hipótesis de un Gobierno náufrago en tales aguas se hace insoportable. Con el Ejecutivo noqueado y rotos los consensos básicos del Estado, es urgente recomponer el equilibrio del país. Y eso sólo puede hacerse con un Gobierno nuevo, que esté en condiciones de asumir responsabilidades de futuro. Elecciones, cuanto antes.