Por primera vez en España, una porción muy significativa de la ciudadanía está haciendo oír su voz de manera continua y sostenida contra la indigencia moral de un Gobierno.
Que nadie espere que ningún Gobierno –y menos este, que recurrió a la calle hasta el abuso– doble el brazo al día siguiente de una pacífica manifestación de ciudadanos. Pero que nadie crea, tampoco, que las manifestaciones cívicas no surten efecto alguno. ¿Hay que recordar cuál fue la reacción de la prensa gubernamental tras la primera manifestación de las víctimas? Silencio y desdén. ¿Cuál ha sido ahora? Preocupación y hasta sugerencias de que el Gobierno escuche a las víctimas del terrorismo. Del mismo modo, el Gobierno o sus portavoces han pasado de la displicencia a la agresión verbal, señal inequívoca de que el poder empieza a quedarse sin aire. Y mientras tanto, el mensaje limpio y justo del movimiento cívico sigue empapando a la sociedad: no hay derecho a que nadie obtenga ventajas por el uso del terror.
Estas cosas cuesta verlas en el día a día, bajo la barahúnda de la actualidad cotidiana, pero el movimiento cívico –se verá cuando el paso del tiempo permita cobrar perspectiva– está haciendo historia: por primera vez en España, una porción muy significativa de la ciudadanía está haciendo oír su voz de manera continua y sostenida contra la indigencia moral de un Gobierno. Alcaraz habló en su intervención del sábado de una “rebelión cívica” contra cualquier cesión a ETA. Las cesiones ya han empezado, pero la rebelión, también.