Queremos, desde la Fundación DENAES, señalar la alta responsabilidad que los llamados medios de comunicación han tenido en una situación política tan preocupante como la actual


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Próximo el 11 de septiembre, fecha que sirve anualmente para que las sectas catalanistas llenen las calles de Barcelona con su discurso victimista, amenazante y abiertamente hispanófobo, se ha conocido la queja de PP y Ciudadanos motivada por la intención de que los más vigorosos tentáculos del independentismo catalán, pagados con dinero público: TV3 y la emisora Catalunya Ràdio, realicen un amplio despliegue de medios -un helicóptero, decenas de unidades móviles y más de un centenar de periodistas y técnicos- para ofrecer a la audiencia horas de esta ceremonia de afirmación secesionista.

A esta petición, que sin duda encontrará la manida objeción de la libertad de expresión, esa que sirve para justificar los pitos al himno nacional pero que se olvida cuando el abucheado es el catalanista Piqué, se ha unido finalmente ese viscoso grupo político que responde a las siglas PSC, partido especializado durante décadas en la manipulación de la grey charnega, que finalmente ha dejado caer su careta enseñando un rostro catalanista por el que bebe los vientos Pedro Sánchez.

Presentados de este sumario modo los hechos, queremos, desde la Fundación DENAES, señalar la alta responsabilidad que los llamados medios de comunicación han tenido en una situación política tan preocupante como la actual. Y empleamos la palabra pretendidos porque somos conscientes de que las plataformas mediáticas responden a intereses económicos pero también ideológicos, por más que muchos plumillas, especialmente los paniaguados por las facciones separatistas o los atrapados en el más rigorista fundamentalismo democrático, traten de exhibir una impostada imagen de independencia.
Una responsabilidad que tiene múltiples facetas. Una de ellas, que algunos considerarán menor, es la relacionada con la toponimia. En efecto, no hallará el lector referencia alguna a ciudades como la Gerona que protagonizara uno de los Episodios nacionales de Galdós, pues tal nombre parece haberse evaporado para dar paso a su denominación en catalán: Girona. Haga quien esto lee el ejercicio de rastrear nombre como Lérida, Fuenterrabía o Guipúzcoa, hoy convertida sobre el papel en Gipuzkoa por motivos leguleyos… y verá que tales palabras han desaparecido de la prensa y telepantallas, llevándose tras de sí gran parte de su carga histórica.

Si esto ocurre en el aspecto vinculado a la nomenclatura, qué decir de lo que se puede observar en las muchas y muy dirigidas tertulias televisivas. En esta suerte de cafés mediáticos suele repetirse una estructura maniquea que responde a aquello que el sectarismo periodístico ha clasificado como derechas e izquierdas, siendo así que quien defienda la unidad nacional española, por inexplicables motivos en cualquier otra nación de nuestro entorno, estará de inmediato adscrito a una bancada fácil de adivinar.

Es en tales ambientes, incluyendo en ellos a los medios públicos, donde, en aras de un reverencial respeto a la opinión personal, por más delirante e indocta que ella sea, se da pábulo a cualquier doctrina hispanófoba, por aquello del pluralismo.

No estamos, con ello, apelando a una censura que impida expresiones divergentes, sino a la responsabilidad de aquellos que, atendiendo a su bolsillo o a su confusa ideología, comprueban ahora, tímidamente horrorizados, el alcance y consecuencias de muchas de las frivolidades cometidas en tan delicado asunto como es el de la unidad de la nación o el de la no discriminación de sus ciudadanos.

Cabe, no obstante, y para finalizar, apelar a la crítica responsabilidad de los ciudadanos españoles no sólo a la hora de ejercer el derecho a decidir, es decir, en el momento de depositar el voto en la urna, sino también en el día a día, aunque tal derecho consista en apagar el televisor para poner coto a la emisión de basura ideológica.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española