La debilidad de los partidos españoles ha convertido a los nacionalistas en fuerzas hegemónicas en sus territorios, aun si están fuera del poder.


Cataluña votará hoy su nuevo gobierno autonómico. Nadie prevé grandes sorpresas. En realidad, la única cifra relevante será la de la participación: tras la ostensible deserción ciudadana del referéndum por el estatuto, habrá que ver si los catalanes vuelven a interesarse por la vida pública o si se mantienen en su elocuente indiferencia.

Hoy, para buen número de ciudadanos, el voto socialista representará una forma de cumplir con ese “nacionalismo obligatorio” impuesto a lo largo de treinta años y, al mismo tiempo, permanecer ligados a España. Los socialistas juegan abundantemente con ese equívoco. Pero lo cierto es que quien ha empujado la política catalana hacia una abierta hostilidad contra España ha sido precisamente un Gobierno liderado por los socialistas, que no han dudado en aliarse con los independentistas para promover un estatuto nuevo; estatuto, eso sí, finalmente pactado a oscuras, en Madrid, con los nacionalistas de Convergencia, es decir, la oposición catalana. Convergencia, por su parte, espera hoy una victoria que la consolide como vanguardia del nacionalismo. Y frente a ese bloque de nacionalistas en diferente grado, sólo hay dos pequeñas fuerzas que han hecho bandera de españolidad: el Partido Popular y Ciutadans per Catalunya, ambas abocadas a una situación de aislamiento. Negro paisaje.

Más allá de los resultados de hoy, el caso catalán es un síntoma evidente de nuestra gran enfermedad nacional: no se puede construir un Estado convirtiendo en interlocutores privilegiados a quienes pretenden destruir el Estado. La debilidad de los partidos españoles ha convertido a los nacionalistas en fuerzas hegemónicas en sus territorios, aun si están fuera del poder. Y los nacionalistas han utilizado esa hegemonía para asfixiar las libertades y, al mismo tiempo, debilitar la unidad de España. Aunque sea predicar en el desierto, hay que apelar una y mil veces al acuerdo de los grandes partidos españoles en torno a la unidad nacional. Si esa unidad no se produce, habremos entrado en un camino sin retorno.