Las amenazas más peligrosas para la unidad y la identidad de la Nación Española no provienen tanto de quienes constantemente apelan a destruir España, la mayoría carentes de fuerza efectiva para conseguirlo, sino de los pánfilos que pretenden contentar a los enemigos declarados de la Nación Española.


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No resultará novedoso a nuestros lectores afirmar que España se encuentra amenazada tanto material como formalmente: no sólo la constante amenaza separatista, invocando mitológicas e inexistentes naciones oprimidas por la «cárcel de pueblos» que identifican con España, sino también implícitamente mediante los proyectos de federalización de la Nación Española para incorporarla a una mayor confederación europea donde España quedaría disuelta.

Pese a que tales amenazas carecen a día de hoy de una fuerza efectiva para realizar su propósito, la Nación Española se ha puesto en peligro al menospreciar su alcance a larga escala, que es precisamente la que corresponde a cualquier proyecto político nacional: el pactar con las sectas antiespañolas la gobernabilidad de España, algo que los partidos nacionales han hecho por carecer de mayoría suficiente o por mera inconsciencia o interés partidista, ha servido para alimentar la amenaza y generar un peligro cada vez más evidente de ruptura de la unidad nacional. Recientemente, el gobierno del Partido Popular, pese a suspender formalmente la convocatoria de cualquier referéndum separatista en Cataluña, no tuvo más remedio que consentir un referéndum alegal para evitar que la presumible movilización de fuerzas antiespañolas, tras la represión violenta de la jornada, alentase en Europa los fantasmas de Yugoslavia. Pero también el proyecto federal para España, considerado algo grandioso por los pánfilos para quienes las naciones son algo artificioso (se ven a sí mismos como «europeos» o «ciudadanos del mundo»), genera el peligro de desaparición de nuestra Nación en el magma europeo, al menospreciar esa amenaza implícita que conlleva.

Si el terrorismo de ETA ha producido una constante sangría en España (pues en tanto que españoles todos somos potenciales víctimas del terrorismo separatista vasco), el terrorismo islámico (denominado también yihadismo) también nos pone en el punto de mira de una amenaza formal, esta vez en tanto que somos cafres, esto es, ilegítimos ocupantes de aquel idealizado Al Andalus que el Islam poseyó desde la invasión peninsular del año 711 hasta que los Reyes Católicos culminaron la denominada Reconquista apoderándose de la ciudad de Granada, en 1492.

Muchos españoles, convencidos de las bondades del multiculturalismo y de las maldades de la «civilización cristiana» (aún resuena la cretinez proferida por un periodista del régimen de 1978 denominando «insidiosa reconquista» al proceso en el que se constituyó la Nación Española), alimentados aún más por la confusa respuesta a los atentados islamistas cometidos recientemente en París, reniegan de la toma de Granada cada 2 de Enero, o incluso, ya en las altas esferas de la política nacional, pretenden congraciarse con los musulmanes con toda clase de gestos: por ejemplo, permitiendo la construcción de gigantescas mezquitas como la de Madrid, donde no sólo se rompe de forma grotesca con la estética de nuestras ciudades y monumentos históricos, sino que además se adoctrina de manera fanática a muchas personas que serán presa fácil del yihadismo que tanto se pretende separar artificiosamente del Islam.

Pero también tenemos el caso del sedicioso gobierno catalán, que no sólo prohíbe la tauromaquia por ser una institución española, sino que además pretende que la antigua Plaza Monumental de Barcelona sea convertida en mezquita. Y cómo olvidar que la Junta de Andalucía, presa de un repugnante panfilismo sectario (concede millonarias ayudas a Marruecos mientras los españoles residentes en Andalucía sufren el paro y la precariedad), pretenda expropiar la Catedral de Córdoba a la Iglesia Católica para convertirla en una mezquita de culto exclusivamente musulmán (ignorando que antes de ser Mezquita de Córdoba fue una iglesia visigoda expropiada por los invasores islámicos del 711, los mismos que martirizaron a cristianos tales como San Eulogio de Córdoba, víctima del fanatismo musulmán). Pero todo queda eclipsado por la reciente aprobación por parte del Gobierno de España de la enseñanza de la religión musulmana en los centros educativos públicos.

Desde la Fundación Denaes no podemos dejar de denunciar esta actitud de nuestros gobernantes, iniciada por el sinpar Presidente Zapatero y su nefasta Alianza de Civilizaciones, consistente en adoptar la figura del pánfilo, el amigo de todos, que ante las amenazas que sufre la Nación Española, en lugar de protegerse de ellas, pretende congraciarse con quienes las profieren, llevando a su patria a un incierto destino.

Fundación Denaes, para la Defensa de la Nación Española.