Los partidos mayoritarios han sometido la personalidad andaluza a la presión alimentada desde Cataluña y el País Vasco con el beneplácito del Gobierno Zapatero.


Según han decidido PSOE y PP, Andalucía amaneció como “realidad nacional” en 1919, hoy es una “nacionalidad histórica” y, ello no obstante, abraza la unidad indisoluble de la nación española. Así lo establece el texto pactado del nuevo estatuto de autonomía andaluz. No está mal: dos falacias con el estrambote de una contradicción. Eso sí: como ha habido consenso, todos contentos. ¿Pero todos de verdad?

En España nos hemos acostumbrado a que las mayores barbaridades queden consagradas como verdades irrebatibles, siempre que los partidos estén de acuerdo en ello. Es una forma cualquier otra de pervertir la razón y el sentido común. Pero, por mucho que se empeñen, ni Andalucía amaneció como nación en 1919 (ni falta que le hacía) ni es una nacionalidad histórica (suponiendo que esa fórmula realmente signifique algo). Los partidos mayoritarios han sometido la personalidad andaluza a la presión alimentada desde Cataluña y el País Vasco con el beneplácito del Gobierno Zapatero. No hay más que eso. Y la nación española, de paso, paga los platos rotos.

Este jugueteo de unos y otros termina conduciendo a un disparate conceptual que sólo provocaría risotadas si el alcance del absurdo no fuera tan grave. La clase política española –unos por mala fe, otros por frivolidad, todos por oportunismo– está dando un espectáculo desolador. Peor aún: están bromeando con su propio suicidio.