El Dos de Mayo ocupa un lugar eminentísimo en ese bagaje nacional. Celebrarlo con el mayor respeto, y más en circunstancias como las actuales, es una buena forma de defender la nación española.
Hoy se cumplen 199 años desde que el pueblo de Madrid y un sector minoritario del Ejército se alzaron contra la ocupación francesa en España. Mientras eso ocurría en la capital, en una pequeña localidad de la periferia, Móstoles, un aristócrata redactaba un bando de socorro a Madrid, dos alcaldes lo leían y un postillón lo llevaba a otras ciudades. Era el 2 de mayo de 1808. Así empezaba de hecho la Guerra de la Independencia.
Hay varias interpretaciones posibles sobre el significado histórico de aquella fecha, vista desde la perspectiva tanto de los años anteriores como de los años posteriores. Pero si las interpretaciones son variadas, el hecho es uno e inequívoco: con la Corona española doblegada ante Napoleón y las elites del país pasivas y estupefactas, fue el pueblo el que recogió el testigo de la legitimidad y, al hacerlo, salvó a la nación. En ese mismo movimiento, España se convertía en una nación política en el sentido moderno del término.
Ahora se habla mucho de nación. Algunos, como Zapatero, para cuestionarla. Otros, como Sarkozy, para afirmarla. Nosotros creemos que la nación es el escenario elemental de la vida colectiva, y que ese escenario no depende sólo de la voluntad de los individuos, sino que además nos viene dado por una historia, una cultura, una tradición. Así la nación política se imbrica en la nación histórica. El Dos de Mayo ocupa un lugar eminentísimo en ese bagaje nacional. Celebrarlo con el mayor respeto, y más en circunstancias como las actuales, es una buena forma de defender la nación española.