Andalucía, con el costumbrismo convertido en una verdadera industria, ve circular por sus tierras a otros apóstoles no menos alucinados que se congregan bajo siglas de confusos aromas izquierdistas
El sábado 23 de abril de 1839 en la primera página de El Eco del Comercio, aparecía una de las primeras referencias periodísticas del vocablo «andalucismo», refiriéndose a asuntos teatrales. La imagen exótica y romántica de Andalucía, fomentada por los viajeros a menudo impertinentes que cruzaban esas tierras, comenzaba a cristalizar.
No obstante, frente al costumbrismo surgirán en Andalucía movimientos de un signo político. Tal es el caso de Tempul, experimento del tarifeño Joaquín Abreu (1782-1851). Combatiente en la Guerra de la Independencia, implicado en las luchas acaecidas tras la vuelta de Fernando VII, hubo de marchar al exilio. Tras su regreso, ejerció brevemente el cargo alcalde de su ciudad natal siendo nombrado diputado por Algeciras y posteriormente por Cádiz consiguiendo la aprobación de la ley de reparto de bienes comunales. Firme opositor a la monarquía fernandina, sus actividades le costaron una condena a muerte de la que escapó exiliándose a Francia. Es allí donde toma contacto con el socialista utópico Carlos Fourier (1772-1837), participando en la puesta en marcha de su primer falansterio.
De vuelta a Cádiz comenzará su apostolado furierista. Abreu publicará en diversos periódicos empleando a menudo el significativo seudónimo de Proletario. Casado con su sobrina Concepción, hija de uno de los más grandes arrendatarios del Duque de Medinaceli, dispondrá de una gran hacienda y se vinculará a los intereses agrarios, ocupación que simultaneó con su cargo de jefe de loterías. Es entonces cuando pergeñará su plan para levantar una colonia societaria en la gaditana Tempul, propuesta que elevó al Gobierno y que, tras su aprobación, no se llegó a ejecutar, pese a que se solicitara como mano de obra el concurso de soldados y presidiarios… o lo que es lo mismo, de recursos estatales.
Siglo y medio más tarde, Andalucía, con el costumbrismo convertido en una verdadera industria, ve circular por sus tierras a otros apóstoles no menos alucinados que se congregan bajo siglas de confusos aromas izquierdistas. De entre los voceros de la siempre pendiente revolución andaluza, destaca la atrabiliaria figura del parlamentario Juan Manuel Sánchez Gordillo, quien tomó la palabra en el reciente IV Congreso del Colectivo de Unidad de los Trabajadores-Bloque Andaluz de Izquierdas (CUT-BAI), formación integrada en IU-CA.
En tal cónclave proletarizante, Gordillo reclamó la puesta en marcha de un «proceso constituyente» para Andalucía cuya finalidad sería la obtención de la independencia, pues según este orate que acaso ignore la existencia de Abreu, pero que sin duda se reclama heredero de movimientos de tinte obrerista como aquel, «Andalucía no es España, existió antes de que se configurara el Estado español y seguirá existiendo tras su caída».
La audacia sanchezgordillesca se vio arropada por un sostén documental en el que se afirma que Andalucía es «una de las naciones europeas más antiguas», dado que «se configuró como estado independiente en varias ocasiones, destacando las etapas de Tartessos y Al-Andalus», de lo cual se deducen unas conclusiones evidentes para estos entusiastas de la franquista expresión «estado español»: «singularidad, historia y cultura común de muchos siglos legitiman al pueblo andaluz para ser sujeto político de su propia soberanía». Disparates a los que acompañaron perlas como estas: «No nos falta historia, nos falta conocimiento de nuestra historia. Andalucía no es España, existió antes de que se configurara el Estado español y seguirá existiendo tras su caída»; «la conquista española que duró ocho siglos truncó el renacimiento cultural andaluz y generalizó el latifundismo, que sigue representando hoy una de las grandes trabas para el progreso de Andalucía».
El documento se remata apelando a la Asamblea de Córdoba de 1919 y señala dos yugos bajo los cuales avanza pesadamente Andalucía: el Estado español, naturalmente, y Europa, lastres que impiden a las tierras meridionales a Despeñaperros integrarse en el que al parecer es su lugar natural: el Mediterráneo…
Dispone DENAES en sus páginas de numerosos textos y obras en los cuales cualquiera puede desmontar tanto embeleco y manipulación, si bien el caso descrito es sintomático de hasta qué punto España vive un momento de fuerte desnacionalización cuyos efectos balcanizadores, por más pintorescos que nos resulten, son evidentes. A los ya clásicos modelos catalanista y vasquista de visceral hispanofobia, hemos de añadir otros muchos tan delirantes en sus aspiraciones como indoctos en su interpretación de unas fuentes pretendidamente históricas, movimientos capaces de reclamarse herederos de una época, la de la dominación islámica de Al Andalus –huelga decir que esta denominación excedía a la actual Andalucía- absolutamente incompatible con una España que se hizo a la contra precisamente del Islam. Iniciativas de retórica obrerista que, por sus aspiraciones secesionistas, son tan absurdos e incompatibles con la existencia de nuestra nación política como aquel proyecto que pretendía que fuera precisamente España la que corriera con los gastos de tan visionario proyecto, pretensión a la que, desgraciadamente, los gobiernos nacionales han cedido ya en demasiadas ocasiones.
Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española