Con el deseo de que el 2016 traiga buenas y eutáxicas noticias, despedimos este año de editoriales garantizando a nuestros socios y seguidores que nuestra tarea continuará, si cabe, con mayor energía.


Engolfados en una realidad paralela cuyos límites los marca la constante petición de principio que alimenta las delirantes y corruptas actividades de las sectas catalanistas, la Candidatura de Unidad Popular (CUP), organización que propugna la autodeterminación de Cataluña como paso previo a la cristalización de una estructura política que abarcase los así llamados «Países Catalanes», dio un entretenido espectáculo el pasado domingo en Sabadell, cuando, tras tres rondas de votaciones, unas urnas de cartón, cóncavas como pucheros, alcanzaron un insólito equilibrio en relación con la investidura de Arturo Mas. Tras un laborioso recuento, el resultado fue un empate a 1515 votos, cifra cercana a ese 1714 que tanto fascina al siempre victimista y rapaz catalanismo.

La votación, ampliamente comentada en la prensa española transida de fundamentalismo democrático, supone la permanencia de Mas en este impás que ya supera los tres meses como presidente en funciones de una Generalidad que ha mimado a estos denominados antisistema cuyo odio se vierte en mucha mayor medida contra España que contra esa Cataluña en la que algunos de sus apellidos más ilustremente y honorables han devenido en bandas delictivas que buscan a un Mario Puzzo que las novele.

La situación no es nueva, y debemos relacionarla con aquellas estúpidas manifestaciones vertidas en 2003 por José Luis Rodríguez Zapatero cuando, servil ante ese PSC al que tanto debe agradecerle en su medro personal, dijo en público que aceptaría todo aquello que viniese del Parlamento de Cataluña. Lo que vino, es bien sabido, era una reforma estatutaria de intenciones claramente independentistas que ha actuado como catalizador de las aspiraciones del catalanismo ya sea este de corbata o de chándal, que la hispanofobia se dice de muchas maneras.

La veta abierta por Zapatero ha tenido continuidad en diversas ceremonias y farsas electorales pagadas con dinero público cuyo cénit se alcanzó el 9 de noviembre de 2014, cuando se celebró un referéndum ilegal –cuya realización fue negada y no impedida por el PP en el Gobierno- que buscaba dos síes: el primero referido a la constitución de Cataluña como un estado, y el segundo, el que pretendía que tal estructura se desgajara de España.

En tal ambiente llegaron las elecciones autonómicas de este año, que arrojaron un resultado tan ajustado y fragmentario que ha impedido hasta la fecha la posibilidad de alcanzar un acuerdo de gobierno que permita retomar el habitual pulso político de esta región. La circunstancia, que tanto interés tiene para España dados los proyectos claramente sediciosos allí impulsados y consentidos, ha encontrado su réplica a escala nacional, pues tras las elecciones generales la gobernabilidad de la Nación se encuentra seriamente comprometida dado el cainismo y sectarismo que preside las relaciones entre los partidos, no diremos nacionales, sino mayormente implantados en España.

Desde la Fundación DENAES observamos con preocupación esta situación política en la que las ambiciones personales –estamos pensando en un Pedro Sánchez que ha conseguido unos resultados que como él mismo subrayó, son «históricos»-, o la obsesión con la consolidación de la desigualdad de derechos entre españoles que preside esa absurda idea de una España plurinacional, se anteponen a lo que desde nuestra organización fomenta y cultiva: un patriotismo alejado de esencialismos, partidismos y mitos oscurantistas.

Con el deseo de que el 2016 traiga buenas y eutáxicas noticias, despedimos este año de editoriales garantizando a nuestros socios y seguidores que nuestra tarea continuará, si cabe, con mayor energía.

Fundación Denaes, para la defensa de la Nación española