Cualquiera. Para la enfermiza sesera de un secesionista, no digamos ya si es un alto cargo, no hay oportunidad que se pueda dejar pasar, hay que barrer para casa. Siempre. La demagogia nacionalista es omnicomprensiva. Todo vale. Aunque sea uno de los peores incendios de España en décadas. Es lo mismo. El caso es que tiene que haber si no un culpable, sí una forma de señalar a España y resaltar lo diferente que es Cataluña.

Nos referimos, por supuesto, a las declaraciones del pasado jueves 27 de junio de Miquel Buch, consejero de Interior en Cataluña. El consejero, en las declaraciones que hizo a los medios de comunicación sobre el incendio que arrasa la comarca del Ebro, en su visita al centro de coordinación de las operaciones de extinción, declaró que quería agradecer «al Estado español» –esa fórmula que usan los secesionistas de todos los pelajes para resaltar lo opresivo que es su propio Estado, pero evitando quedar mal con el pobre pueblo español– la colaboración en los intentos por controlar y apagar el incendio. Se refería sobre todo a la Unidad Militar de Emergencias (UME), pero también hay que señalar a los bomberos de Valencia, Aragón, Castilla-La Mancha, así como a los ofrecimientos de Murcia, Madrid, Extremadura y los medios aportados por el Ministerio de Agricultura. Y es que para el consejero español, mal que le pese serlo: «Cuando un país tiene un fuego nos ayudamos mutuamente. Si estuviésemos del lado del l’Empordà, seguramente nos ayudaría el Estado francés. Y ahora estamos al lado del Ebro, tocando el Estado español, y, por tanto, toda la ayuda es buena». Qué generoso es el «país vecino» que ayuda a «los catalanes» a apagar «sus» bosques.

Y aquí está el tema. Flotando en las nubes del formalismo democrático hay quien todavía no se ha dado cuenta de que se trata de esto, del territorio. Calcinado, en este caso. Se trata de la base de nuestra nación, nuestra patria. Del territorio de todos, con todo lo que eso involucra en cuestiones económicas, financieras, diplomáticas, jurídicas, históricas, sociales, religiosas, tributarias, demográficas, patrimoniales, comerciales, familiares, personales, y un largo etcétera. Un latrocinio que, aunque se maquille de cultura, identidad, lengua, sonrisas, victimismo, cuentos para débiles mentales y democracia sigue siendo lo que es. Un robo. Un robo que ya veremos, estamos viendo, si los españoles -incluidos los catalanes- permitirán.

Teniendo en cuenta todo lo que sus comentarios implicaban, como señalamos, el consejero Buch intentó rectificar sus declaraciones al día siguiente. Señaló que el fuego no entiende de políticas ni de colores, ni mira el color del uniforme. Y hasta se permitió afirmar que con sus palabras se buscan polémicas donde no las hay. Cuestión de malas interpretaciones, vaya. Un malentendido lo tiene cualquiera.

A su vez, el día anterior, el no menos secesionista y racista Quim Torra, unas horas después de las declaraciones del consejero y en el mismo lugar, agradeció especialmente la labor de la UME. Pero el daño ya estaba hecho. La obscenidad del secesionismo ya había dejado la huella y provocado la polémica.

La polémica. Porque todo queda ahí, en una polémica. Otra más. Algunos tuits de algún que otro dirigente político, bullicio en las redes y otro tema más de tertulia y discusión en las televisiones y medios escritos. ¿Y consecuencias? Consecuencias ninguna. Porque el fascista y represivo Estado español no hará nada, por mucho que un consejero de Interior de una comunidad de su territorio niegue en unas declaraciones la jurisdicción y soberanía que le corresponde. Si bien esto es así, nosotros no nos cansamos de señalar y denunciar una y otra vez, y en ello seguiremos, la podredumbre institucional de las regiones secesionistas y la dejadez del Estado de todos. Al menos que no quede sin decir. Aunque sólo sea eso.

Y es que es normal que cosas como las que comentamos queden en una mera polémica más, es normal cuando llevamos décadas dando pasitos en la descomposición del Estado y en la ruptura de la nación española. Es normal cuando, también con paciencia y habilidad, aquellos que se encaminan a esa ruptura llevan muchas generaciones –está por realizar la genealogía de las castas familiares que han gestado y se han lucrado de todo esto– tomando las instituciones y el control ideológico de la población de esta región. Es normal que se consideren impunes. Es normal que digan lo que quieran cuando quieran porque es a lo que está acostumbrados. Han adoptado tal posición de fuerza que, ahora, cualquier Gobierno, el Estado español, ha quedado muy debilitado y con pocos recursos con los que dar marcha atrás a este suicidio nacional programado. Como mucho una reprimenda.

Ante estas situaciones ya ni el escándalo sirve, ni la indignación. ¿Para qué? ¿Cómo nos va a extrañar esto cuando vemos impúdicos blanqueamientos de etarras en las televisiones públicas? ¿De qué nos vamos a extrañar cuando llevamos décadas viendo cómo se vende el país a los de dentro y a los de fuera pedacito a pedacito? ¿De qué nos sirve un Estado de derecho que no hace cumplir su derecho, el de todos? El problema de España es la propia España, y sólo en España está la solución. La cosa es, ¿hay voluntad objetiva para encontrarla y realizarla?

Es una respuesta fácil y disyunta: o un sí o un no.

Un futuro no muy lejano nos la dará. Al menos, ya se sabe: hasta que no todo está perdido, nada está perdido.

Emmanuel Martínez Alcocer