España necesita una izquierda nacional. Para eso, hoy, tiene que liberarse tanto de la ruta caótica de Zapatero como del oneroso padrinazgo de ciertos lobbies.


En circunstancias donde todo se parte en dos, es especialmente fácil ceder a la bandería. Pero desde un punto de vista nacional, donde la perspectiva que debe prevalecer es la del interés general de España, conviene tratar de mantener la visión de conjunto por encima de esas querellas.

La insólita crispación que hoy vive España tiene un origen estrictamente
partidista; no procede de una división social previa. En eso tiene razón
Felipe González, que acaba de hablar en México. El ex presidente también acierta cuando señala como causa de esta crispación la errática política “antiterrorista” de Zapatero, a la que cada vez hay más razones para no llamar exactamente “anti”. Y añadiremos, por nuestra parte, que esa política hacia ETA se ha trenzado irresponsablemente con la propuesta –bastante fantasmal– de una revisión generalizada de estatutos de autonomía, y todo ello, a su vez, se ha combinado con los intereses de lobbies muy poderosos en las finanzas y en la prensa, lobbies que aprietan la soga. El resultado final es un paisaje simplemente caótico.

Esto pone en un lugar especialmente delicado al socialismo español, situado en la tesitura de respaldar a su líder o bien optar por el sentido común. Cuando se habla de poder, no es una disyuntiva fácil. En todo caso, el socialismo español lo tendrá más difícil para volver a una política nacional si, desde fuera, no se le tiende la mano. España necesita una izquierda nacional. Para eso, hoy, tiene que liberarse tanto de la ruta caótica de Zapatero como del oneroso padrinazgo de ciertos lobbies. Pero, por supuesto, es la propia izquierda la que debe dar el paso.