
Si primero fue con María San Gil en La Coruña, y después con Dolores Nadal, la candidata del PP por Barcelona, en la misma Universidad de la capital catalana, tristemente las mismas escenas se repitieron con Rosa Díez en Madrid.
Una turba de jóvenes que con sus gritos de “fascista” nos han recordado que en la Complutense también se cuecen las habas del secesionismo.
Es ciertamente ilustrativo asistir como lo estamos haciendo a estas réplicas de aparente algarada estudiantil que, como si fueran cómicos de la legua, con las mismas ropas y el mismo guión, se repiten por España. Si no cayéramos en el sarcasmo, podríamos decir que es hasta saludable que se vea a las claras que la complicidad con el terrorismo etarra no sólo tiene lugar en los “territorios” cuya secesión tratan de conseguir los nacionalistas.
Pero hoy nos gustaría detenernos en el modo en que, tanto los medios nacionales, no precisamente proclives a ese tipo de grupos separatistas, como los mismos políticos que sufren estas agresiones, denominan con cierta confusión a los responsables de semejantes actuaciones. Porque ocurre que, a pesar de que la situación fue calcada tanto en unos lugares como en otros, y de que los gritos y pancartas con los que se increpaba a estas políticas no dejaran lugar a dudas acerca de cuál era su ideología, a saber, el secesionismo antiespañol, ocurre, decíamos, que mientras que tanto en La Coruña como en Barcelona los titulares emplearon sobre todo el término “independentistas”, sin embargo, en Madrid, las noticias hablan curiosamente de “radicales” o de “grupos de extrema izquierda”.
Y es verdaderamente grave que nos cueste todavía identificarlos y darles el nombre que se merecen por el simple hecho de que pululen por lugares distintos de nuestra geografía, cayendo paradójicamente en el espejismo nacionalista que quiere hacernos creer que el conflicto es de “su” inventada nación.
Por lo que toca al campo semántico de “radical”, “extremista”, etc., su uso conlleva un error incalculable. Porque parece que se quiere señalar la ausencia de “moderación”, a veces propia de la juventud, en la expresión de las opiniones al margen de su contenido, como si a estos “chicos” hubiera que darles unas clases de eso que Z quiere administrar a la nación con “Educación para la ciudadanía”. Ello sin contar, además, con el buen nombre que la “radicalidad” tiene en la historia política y filosófica.
Pero es que, si además otorgamos el título de “extrema izquierda” a aquellos que defienden la “nación” en un sentido étnico racista, en virtud de una lengua y unas costumbres cuya supuesta pureza defienden de las que vienen “de fuera”, del maqueto, ese individuo que a fines del siglo XIX, cuando nace esta ideología decadente que desde entonces no ha cambiado un ápice, no era otro que el obrero que acudía a las fábricas visto por el “señorito de provincias”… entonces, es que hemos acabado por transigir con sus descabelladas categorías.
Llamemos, en fin, a las cosas por su nombre; a los secesionistas antiespañoles, también.
FUNDACIÓN DENAES, PARA LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA