Al poco de finalizar el escrutinio de votos de las elecciones autonómicas andaluzas, y ante la evidencia de los doce escaños obtenidos por VOX, Pablo Iglesias, como corresponde a un líder político de su fuste y condición, se apresuró a declarar una «alerta antifascista». Feministas, sindicalistas, afectados por la hipoteca, estudiantes, colectivos LGTBI y pensionistas fueron llamados a «movilizarse para defender las libertades». Al parecer, lo que no se había defendido en las urnas se tenía que defender en las calles; ese espacio que les pertenece por derecho, dada su incuestionable superioridad moral e intelectual. Frente a los «post-franquistas sin complejos», un «compromiso y antifascismo militante» que al fin acabaría traduciéndose en algunos disturbios diseminados por la provincia de Cádiz.

Ducho en «cabalgar contradicciones», aquel que dijo que «si las personas se conocieran más, se odiarían menos» —tras visitar al presidente de ERC, Oriol Junqueras, y al resto de encarcelados por el 1-O en la cárcel de Lledoners (Barcelona)—, parece ahora estar dispuesto a levantar «un dique contra el avance de la extrema derecha». Poco importan las políticas que defiendan quienes queden detrás de ese dique; ya han sido etiquetados como «fachas» y convenientemente estigmatizados. Menos aún importa lo que significa «fascismo», porque a la maquinaria propagandística de Podemos le basta con trasmitir la idea de que la democracia española está «en riesgo» y de que no cabe concesión alguna para los de Santiago Abascal; al contrario de lo que sucede con quienes permanecen en prisión por supuestos delitos de sedición y rebelión, esto es, por intentar quebrar el orden constitucional mediante un golpe de Estado.

El canal de Jaume Roures ha secundado la «alerta» y ha acudido a llamada de Pablo Iglesias, aunque éste no pertenece, que se sepa, a ninguno de los colectivos antes mencionados. El pasado domingo el programa Liarla Pardo envió una reportera a la localidad sevillana de Marinaleda, un pequeño municipio de menos de tres mil habitantes donde gobierna desde 1979 el Colectivo de Unidad de los Trabajadores (CUT), partido de izquierdas y andalucista. El objetivo, identificar y señalar a los votantes de VOX. Cuarenta y cuatro ciudadanos pasaban a convertirse así en las potenciales presas de la cacería de desafectos orquestada por Cristina Pardo. Su pecado, salirse de la linde ideológica que a diario marca La Sexta y atreverse a votar contra el pensamiento único y hegemónico. Y es que no cabe disidencia si es contra Juan Manuel Sánchez Gordillo y sus acólitos, ninguna otra opción política es admisible, y todo vale frente al partido que ha sido considerado epítome del fascismo.

Aunque a la reportera se le antojaba «misión imposible dar con los cuarenta y cuatro de VOX», su denuedo le permitió ir estrechando el cerco, al mismo tiempo que conversaba con algunos vecinos del lugar. Uno de ellos, paradigma de la democracia sui generis de esta izquierda que padece España, ya advertía: «Yo no los voy a respetar. Lo siento, pero no los voy a respetar». La enviada de La Sexta continuó el rececho, haciendo gala —por si faltara algo más de desdoro y bajeza que añadir— de la delación vecinal. Logró una dirección, porque «están camuflados, pero la gente los conoce», y finalmente llegó a una casa: «aquí podría vivir un votante de Vox». Sólo le quedaba poner en el objetivo de la cámara a la presa, disparar con el micro y cobrar su pieza. El problema fue que ésta se mostró esquiva y, ante el primer disparo, únicamente dijo: «Eso se queda en el pueblo». Recargó el arma e insistió una vez más: «hemos visto qué personas han votado a VOX». Y después otras dos: «¿por qué no quieren hablar? ¿Temen sufrir represalias?». Nada, se quedó sin trofeo de caza que colgar en su currículum; tan solo se llevó las buenas intenciones de la dueña del coto (o sea, de la esposa del alcalde) de encontrar a los huidizos votantes de VOX los para invitarlos a marcharse del pueblo. Actividad cinegética y limpieza democrática.

El revuelo levantado por la repugnante cacería televisada de votantes rebeldes en Marinaleda motivó un escueto comunicado de Cristina Pardo en Twitter; espacio idóneo para alguien a quien que no le alcanza el talento para escribir más de doscientos ochenta caracteres. Se disculpaba en estos términos: «Hola a todos. Ayer nos equivocamos. El reportaje de Marinaleda fue desafortunado. Y por eso, mis disculpas». ¿Desafortunado? No. El reportaje no es inadecuado; al contrario, es perfectamente coherente con la lógica del discurso que gobierna en ese medio de comunicación y se compadece bien con el dogma ideológico que impera en el mismo. No cabe la disculpa, porque no es sincera. Es preferible haber visto el rostro del cazador.

Francisco Javier Fernández Curtiella. Doctor en Filosofía.