Allez, allez! Café au lait! Messieurs les députés! El pasado domingo 1 de septiembre, en una tribuna del dominical francés Le Journal du Dimanche, 52 diputados franceses firmaron un manifiesto para denunciar, sin el menor reparo, «la violación de las libertades fundamentales y el ejercicio de la democracia» en España. Estos señores muy diputados y no menos iletrados, al menos en lo que a la historia de España y su realidad política actual se refiere, han lanzado una acusación grave contra la justicia española sin prueba alguna y con total impunidad.

    Entre ellos se encuentra el líder de Francia Insumisa Jean-Luc Mélenchon (izquierda radical), el líder de la Unión de Demócratas Independientes Jean-Christophe Lagarde (centro derecha); así como diputados del centrista Libertades y Territorios (suponemos que se refieren a libertades y territorios para Francia pero no para España) y de Izquierda Democrática y Republicana (que son señalados como «comunistas» y que lidera André Chassaigne). Estos señores son sólo el 9% de la Asamblea Nacional, la cual dispone de un total de 577 diputados.

    Esta noticia nos produce, cuando menos, un dejavú; ya que no deja de ser una secuela más burda (si cabe) de aquel manifiesto que firmaron 41 senadores, también franceses, el pasado 25 de marzo para instar a Francia y a la Unión Europea a que intervinieran a fin de «restablecer las condiciones del diálogo». Esto obligó a La República en Marcha (el partido del presidente Macron) a distanciarse, tal como hicieron el Gobierno francés y la misma presidencia del senado. Los senadores fueron llamados a no inmiscuirse sobre la situación de España. ¡Senadores, a vuestro senado!    

    Los 52 diputados -como si les fuese la vida en ello, sin apenas poder pegar ojo por las noches- aseguran sentirse «preocupados por la represión de los catalanes elegidos en España»; aunque sostienen que no tienen intención de «interferir en este debate». Entonces ¿por qué no se callan? ¡Diputados, a vuestra Asamblea!

    La detención de los políticos separatistas por aquella «declaración unilateral de independencia» -y no exactamente por «haber querido organizar una votación», como afirman los signatarios- es desaprobada por los honorables diputados franceses como si se tratase de un enorme y sin par atropello. Y por ello llegan a señalar: «El debate político no puede resolverse mediante la represión». Porque, según el parecer de estos iluminados, los separatistas encarcelados sólo han cometido un «delito de opinión»; de ahí que estos señores piensen que las medidas tomadas por las autoridades españolas sean «arbitrarias». Es decir, piensan que contra los sediciosos se ha cometido poco menos que una atroz injusticia en modo alguno justificable; y eso es intolerable y más propio de la negrolegendarizada España inquisitorial que de un país perfectamente democrático y ejemplar como es La France de la Liberté, Égalité et Fraternité (y la guillotine que hizo eso posible, bien sûr). Ahora resulta que, según tales iluminarias, en España -esa aberración histórica del oscurantismo, al parecer de muchas concepciones imbuidas en el deplorable arte de exagerar y omitir- no se puede opinar, y el que lo haga se gana la cárcel o el exilio.   

    El ministro de Exteriores español en funciones, Josep Borrell, lamentó el mismo día 1 de septiembre la ignorancia de los 52 diputados franceses «sobre la realidad de España», porque en España «nadie va a la cárcel por sus ideas». Aunque añadía que España es «un país vecino y amigo de Francia». Vecino sí, pero ¿amigo? Eso ya es mucho decir, señor ministro en funciones. No obstante, tal afirmación tiene cabida en el marco de la prudencia diplomática y la común hipocresía de las relaciones exteriores.  

    El presidente de la Generalidad, esa criatura no especialmente genial y brillante que atiende por el nombre de Quim Torra, en su permanente línea hispanófoba, ha manifestado su encanto con el manifiesto de sus señorías galas, a las que ha agradecido el gesto públicamente vía Twitter, como es de rigor en estos tiempos de redes sociales.

    Manuel Valls, el que fuera ministro del interior y primer ministro francés y Gran Oriente de la masonería francesa entre 1989 y 2005, y ahora concejal del ayuntamiento de Barcelona, ha criticado a las 52 almas preocupadas por el bienestar de los separatistas presos refiriéndose a ellas como «irresponsables e ignorantes», porque en España «no hay presos políticos ni represión»; y como todo Estado que se precie defiende su constitución y se enfrenta a aquellos que «quieren separar Cataluña del resto de España».

    Sus señorías lanzan semejantes proclamas desde el altar del desconocimiento clínico (y quizá vírico), pues a los políticos separatistas no se les juzga por sus meras opiniones u objetivos, sino por llevar a cabo una serie de actos delictivos con el fin de consumar la fracturación de la unidad territorial de España. Para ser precisos, se les juzga por delitos de rebelión, desobediencia, malversación y sedición. Los tres primeros a instancia de la Fiscalía y los tres últimos a petición de la Abogacía del Estado. Seguramente los señores diputados franceses convendrán en que no hay mayor crimen que se pueda cometer contra una nación. Allons enfants de la Patrie…

    Tampoco sería excesivo afirmar que quizá los presuntos delincuentes debieran ser juzgados por desatender sus labores de gobierno y centrar toda su atención y recursos en la locura objetiva de la «desconexión» con el resto de España; y del mismo modo, por el despilfarro de las llamadas «embajadas» y demás majaderías por el estilo. Aunque de tales disparates han venido a ser cómplices (ya por acción, ya por omisión) los sucesivos gobiernos de Moncloa desde al menos 1980.     

     Si bien es cierto que estos señores políticos galos (o gallos) han negligido los límites de su tiesto (o corral), los auténticos responsables de la imagen degradada de nuestro Estado, que trasciende las fronteras y allana el camino para semejante desfile de honor a la ignorancia supina, no son otros que nuestra propia clase política pro secesionista junto a la inestimable e incesante labor de los embajadores del procés en los lugares más recónditos. Es a estos incansables guardianes de la leyenda negra a quien debemos estos episódicos brotes de humillación y vergüenza ajena (y acaso propia al mismo tiempo). 

    ¡Quién fuera francés, de La France!; y ¡qué bien suena la fraternité! Porque es bien sabido que la democracia francesa es republicana y de qualité supérieure (no como otras). Pero hay que preocuparse por lo que ocurre en España, ese país famoso donde se bebe tequila y se baila tango al son de los mariachis; ese que está al otro lado de los Països Catalans. España pilla lejos y los asuntos de la república no dejan lugar para informarse mínimamente a través de fuentes fidedignas, a poder ser, no vinculadas con la maquinaria de propaganda independentista catalana. Eso sí, esto nos sirve para sacar algo en claro, un dato tranquilizador: el rufianismo parlamentario, la fase superior del cretinismo parlamentario, ya es un asunto que afecta a Europa en su conjunto; esa Europa que tan moderna y sublime se presume. Juntos progresamos hacia una zafiedad sebosa y viscosa; la Sodoma y Gomorra de facto.

   

Daniel López. Doctor en Filosofía.