Quiere la, más que conocida, intrahistoria de las provincias Vascongadas que, aquellos que osan alzar ―apenas un tono― el diapasón de su voz por encima del pentagrama de murmullos dibujado por el nacionalismo rampante …
Por Miguel Ángel Martínez
Jueves, 09 de Junio de 2011
Quiere la, más que conocida, intrahistoria de las provincias Vascongadas que, aquellos que osan alzar ―apenas un tono― el diapasón de su voz por encima del pentagrama de murmullos dibujado por el nacionalismo rampante terminen sus días de manera traumática, principalmente para ellos y su familia pero, por extensión, para la España de bien a la que
―se podría pensar, sin ningún atisbo de reproche― ya no le quedan lágrimas en la recámara ni gritos de asco en la garganta para abominar de toda esa basura que, con la inestimable ayuda de un Gobierno moribundo presidido por un inútil malvado y en el que no cabe un tonto más, le sigue lloviendo sobre el caletre; afortunadamente no es así. Hemos tenido ocasión de comprobarlo en las manifestaciones que Voces contra el Terrorismo (la plataforma que preside el hiperactivo F. José Alcaraz), la AVT, DENAES, Foro de Ermua y diversas asociaciones de víctimas (civiles y militares) han convocado estos últimos meses (silenciadas, como no, en los pesebres «oficiales» por orden del todopoderoso Rubalcaba…perdón, camarada-candidato Alfredo) y, no menos importante, en la actividad que desarrollan casi a diario, a veces (las más), en precarias condiciones los integrantes de las citadas organizaciones y que somos muchos los que las compartimos, de la cruz a la firma, y las seguimos con todo interés.
La variable primigenia que se puede extraer de dentro del apestoso clima de rendición amparado y propiciado desde las cloacas del Ejecutivo se sitúa en la intragable (se mire por donde se mire, salvo que uno sea un socialista irredento con escaso patrimonio neuronal o un miembro del nacionalismo fundado, en mala hora, por el oligofrénico racista de Arana) decisión que la mayoría de Magistrados del Tribunal Constitucional ―pastoreados por el «independiente» comisario político Pascual Sala― adoptan en mayo y que permite la concurrencia a las elecciones municipales del día 22 de la coalición pro-etarra BILDU, enmendándole la plana, nada menos que al Tribunal Supremo y usurpando funciones que, de ninguna de las maneras, figuran entre las que tiene atribuidas el Alto Tribunal.
Desde ahí, la cascada de acontecimientos se ha sucedido de forma vertiginosa, especialmente tras el resultado de los comicios en los que la formación batasuna ha obtenido un resultado mejor de lo previsible con más de 300.000 sufragios. Cuando digo «mejor» es evidente que lo hago desde su perspectiva por más que, ni harto de vino peleón, sentiría la más mínima empatía por estos residuos nauseabundos del género humano. Cierro paréntesis. El devenir de tales eventos es harto conocido por la mayoría de las personas medianamente informadas por lo que no insistiré en ello (negociaciones con PNV y PSE, la cuestión de Navarra, la cagalera de los «bravos» gudaris peneuvistas al tener que proporcionar sus datos personales en las corporaciones con representación pro-etarra, etc.)
Y, hete aquí, que llegamos al penúltimo capítulo de este drama y que tiene como escenario una pequeña localidad de la provincia de Vizcaya, por nombre Elorrio; habitada por poco más de 7.000 almas, algunas de ellas más negras que el horizonte económico de España y que hasta la fecha estaba gobernada por la anterior franquicia de ETA ilegalizada por el Supremo, es decir EAE-ANV, con el apoyo de Ezker Batua y Aralar.
Bien, situémonos pues; los actores: 6 concejales de BILDU (o sea, el mismo miasma que hasta ahora pero con diferente collar de siglas), 6 del PNV y ―aquí está la médula del asunto― 1 del PP, Carlos García. El planteamiento: cualquiera de los grupos más votados que quiera gobernar, con mayoría absoluta, el municipio precisa del voto de García; a pesar de lo que algunos pudieran pensar, que lo más lógico sería la unión de todos los nacionalistas y excluir al PP de cualquier participación en la gestión del consistorio no es así, no señor; si es que cuando se trata de introducir las manos en la nata del pastel de los dineros públicos algunos no reconocen ni a sus progenitores (contradicen, incluso, el famosos aforismo latino: cornix cornici oculos non effodiet, o sea, un cuervo no arranca los ojos de otros cuervos). El nudo: el edil popular ha anunciado ―de manera inequívoca y en varios medios, como Libertad Digital o Intereconomía― su intención de dar su voto, el próximo 11, a la candidata peneuvista, Ana Otadui para evitar un mal mayor, a saber: que la alcaldía recaiga en los pro-etarras. Entonces entra en escena la coalición batasuna con un farragoso libelo, en castellano y euskera, dirigido a los elorrianos y cuya, nada sutil, intención es (como no) amedrentar basándose en amenazas proferidas en términos tales como «unionismo español» (en referencia a PSOE y PP), «extrema derecha española», «paracaidista que viene a un bastión llamado Elorrio», «”infante” Don Carlos [que] ha elegido novia para su misión: Ana Otadui». Estas últimas lindezas dirigidas al concejal popular; amén de señalar a medios de comunicación (Veo7, Intereconomía, Libertad Digital) como cooperadores necesarios de García en su objetivo de «arrebatar la alcaldía, sin vergüenza ni dignidad a quien, con un buen margen, más votos ha conseguido». El texto, doy fe de ello, al margen de preocupante es vomitivo, vamos nada nuevo en el mundo de ETA, con referencias al «conflicto que vive Euskal Herría», «nuestro futuro como nación» y otras mamarrachadas del mismo jaez. Finalmente, en un ejercicio de fraternal camaradería nacionalista, le recuerdan a Otadui las palabras pronunciadas durante la campaña por el responsable del PNV en Vizcaya: «los del PP, esos fachas que desayunan todos los días con el yugo y las flechas», de tal suerte, al parecer, se expresaba en un mitin Andoni Ortuzar (otro «cachorro» de la rastrera y casposa camada aranista)
Así las cosas el desenlace se vive con preocupación en las filas de Génova 13 tal y como ha expresado el líder del PP vasco, Antonio Basagoiti en sus declaraciones durante el pasado fin de semana señalando ―además― lo obvio para el común de los mortales, que «no ha habido ninguna conversión real a la democracia de los máximos integrantes de BILDU, que no son otros que la tradicional Batasuna».
Pero no sólo la inquietud está en el bando del partido conservador sino que se ha instalado, como en los «buenos» tiempos, entre todos los ciudadanos que sienten esa parte septentrional de España como imprescindible en una eventual regeneración del maltrecho y desmembrado país que nos deja en herencia el «iluminado» de León, el cual ―sin ir más lejos― es, entre otras muchas calamidades, el principal responsable del statu quo que se vive (es un decir) en los municipios vascos en que han obtenido representación los batasunos.
He dicho principal, al referirme a Rodríguez Zapatero, porque no es el único. Y aquí debería meterme en la piel del eminente Zola y lanzar un J’accuse: sin la inestimable colaboración de su alter ego con menos cabello que Mortadelo, o sea, el camarada-candidato Alfredo ― muñidor de todas las negociaciones turbias, conspiraciones amorales, transacciones ilegales y maniobras golpistas― y del «independiente» Sala (ya saben, ese juez que, en una especie de mutación kafkiana, se transmuta en un miembro de la familia de las gallináceas en cuanto se cuestiona su buen hacer) nunca esta tragedia hubiera llegado a las carteleras.
Y tanto más culpables son, de la resolución de la misma, cuanto que todos ellos saben, al menos tan bien como nosotros, con la retorcida llama con la que están jugando; es decir, han pervertido la obviedad de los hechos en nombre de espurios intereses y de posibles pagos por favores prestados quizá hace 8 años…o más atrás.
Sobre tales necios, sicarios conscientes de la mafia pro-etarra recaerá, no ya el juicio de la historia que es algo cambiante y vaporoso, sino (lo creo y lo deseo, y viceversa) el de los españoles de bien que ya estamos hartos de tanta babosería y compadreo asqueroso y aún nos quedan fuerzas para gritar todas las mañanas: ¡En mi nombre NO!