En septiembre comenzaba un nuevo curso escolar. En esas fechas estamos ya acostumbrados a las noticias sobre la cantidad de libros que han de comprar los jóvenes, o al desembolso económico que las familias han de realizar para adquirirlos. Pero este curso se ha señalado con especial empeño una queja singular: la de las editoriales, que deben elaborar una cantidad desorbitada de libros. En total, el catálogo que ofrece la Asociación Nacional de Editores de Libros de Texto (Anele) para 2018/2019 comprende 32.764 títulos, desde Infantil hasta Bachillerato y Formación Profesional. 

Pero el problema editorial es la punta del iceberg del problema central, a saber, un sistema educativo roto en 17 trozos, uno por cada Comunidad Autónoma. Cada una de ellas reclama su hecho diferencial, su particularidad. A modo de ejemplo, podría resultar gracioso, si no fuera algo trágico, que la Junta de Andalucía indique a ciertas editoriales que los problemas de Matemáticas incluyan reliquias andaluzas; así, habrá que estudiar con detalle las figuras geométricas de la Alhambra. De este modo resulta que ni siquiera los niños de Madrid pueden compartir el mismo libro de Matemáticas que los de Córdoba, porque la obsesión por la impostura del hecho diferencial debe quedar reflejado incluso en los problemas de Matemáticas, esa ciencia que muchos llaman universal.

Para plantearse de verdad una reflexión profunda sobre el sistema educativo español debe partirse de esta coyuntura territorial, política. Debe haber un sistema educativo nacional y unitario con unas líneas directrices comunes y claras. Y que los planes de estudio fortalezcan a la Nación, en vez de perjudicarla. Si no, resultará, al final, que los murcianos no sabrán dónde está el Ebro, y los aragoneses no sabrán nada del Monasterio de El Escorial. Y eso en el caso de que los nombres de sus ríos y ciudades no los estudien en inglés o en dialecto autóctono.

Por otra parte, vale la pena recordar el -interesadamente ignorado- informe de la Alta inspección sobre los libros de texto de Cataluña, y de las irregularidades escandalosas detectadas. Igual que convendría traer a las mientes los sucesivos escándalos a propósito de másteres y tesis doctorales.

El segundo pilar sobre el que se sustenta la crisis educativa española está también está corrompido hasta los cimientos y no es otro que el formalismo o fundamentalismo pedagógico.

Este ámbito ha sido analizado magistralmente, en sus múltiples ámbitos, por profesores de enseñanza secundaria, que llevan años advirtiendo del estado de progresiva gangrena en el que nos estamos sumergiendo. Docentes como Ricardo Moreno, Alberto Royo, José Sánchez Tortosa o Alicia Delibes han escrito infinidad de libros y artículos muy recomendables -y necesarios- para situar en sus quicios el, llamémosle, problema pedagógico.

Todos vienen a coincidir en que las nuevas pedagogías se han presentado, a sí mismas, como científicas, y aquí reside su primera impostura. Que, además, se dicen enfrentadas a las enseñanzas que llaman tradicionales, para mostrar lo maravilloso y progresista de sus innovaciones.

Hay otra característica que las neopedagogías tienen en común, y es la base rousseauniana de sus doctrinas. “Dejen que el niño -nos dicen- encuentre lo que le gusta, no le molesten, que a su aire encontrará su camino y su felicidad”. Cuando lo cierto es que si al niño se le deja totalmente libre jugará y se distraerá, y jamás se disciplinará, como, por otra parte, es natural. Además, para querer algo primero hay que conocerlo. Nadie nace queriendo investigar ecuaciones diferenciales si primero no se sabe lo que es una ecuación. Tampoco es previsible que todos los niños descubran estas ecuaciones cuando a una parte de la Humanidad le ha costado miles de años llegar a ellas (hay otra parte que las desconoce). Resulta también obvio, para todos salvo para estos pedagogos que, sin disciplina y esfuerzo, nada se puede conseguir. Todos sabemos que cualquier pianista o deportista debe dedicar muchas horas, y no todas agradables y placenteras, para conseguir sus metas. ¿Por qué iba a ser distinto en el caso de que alguien quiera ser buen historiador o científico? Sin esfuerzo nada meritorio puede conseguirse.

No debemos olvidarnos, por último, de las supuestas patologías o disfunciones con las que las nuevas pedagogías vienen acompañadas. Por ejemplo, el TDAH (Trastorno del Déficit de Atención e Hiperactividad) ha sido profundamente criticado y estudiado por catedráticos de Psicología como Marino Pérez Álvarez. Marino pone en cuestión el estatuto científico de este supuesto trastorno, y los intereses que hay detrás. A nivel económico, las mayores interesadas son las farmacéuticas. A nivel ideológico o doctrinal, los pedagogos. Y a nivel cotidiano, del día a día, muchos padres y profesores alivian las cargas penosas de muchos estudiantes indisciplinados con la etiqueta falaz de TDAH, y que supone, en la práctica, un tratamiento discriminatorio y perjudicial para el discente. Niños inquietos y con problemas los ha habido y habrá siempre, pero el mejor camino para tratarles no es el de la medicación y la discriminación.

En conclusión, dos son los grandes problemas que sufre España a nivel educativo. El primero, y menos tratado, es político, territorial, de la constitución material de la Nación. El segundo es más bien formal, pedagógico; de la manera de enfocar la educación: una crisis de disciplina, mérito y esfuerzo; moral en el fondo, que se encubre y legitima con una obsesión por las innovaciones constantes y casi siempre innecesarias.

Sergio Vicente Burguillo