Empecemos clarificando las cosas para no asumir el marco mental de los nacionalistas y toda la colla de destructores de la libertad. En España sólo hay un pueblo políticamente relevante, el pueblo español, que es quien ostenta la soberanía y lo hace de modo indiviso.

Que en algunos territorios se hable más de una lengua no puede desvirtuar que tenemos una común en la que todos nos entendemos y que es, por ese motivo, la oficial del Estado. Denominarla castellano es una concesión, aparentemente inocente, a los separatistas que marcó para siempre el debate a favor de los que quieren la disgregación de nuestra nación. Le dimos un As a los tahúres, a los nacionalistas.

El separatismo se fundamenta en la ideología nacionalista, definida por Stefan Zweig como la peor de todas las que asolaron nuestro continente el siglo pasado. La base del mismo es un sentimiento supremacista de germen racista; tras el holocausto quedó muy desprestigiada esta motivación y se fue dando más importancia a lo propio, entendiendo en ese término la cultura, el folklore, las costumbres, el origen y, estrella invitada, la lengua. Por eso hablan de lengua propia y lo reflejan en sus estatutos. El español ha quedado desteñido a castellano, la lengua de Castilla como el catalán es la lengua de los catalanes.  El lenguaje sí importa. Hemos aceptado que sólo tengan lengua propia los gallegos, vascos y catalanes. Ninguno de los que hablamos español tenemos lengua propia por muy materna que sea.

Y llegamos a las aulas de acogida, ideadas para procurar un aprendizaje rápido de la lengua de enseñanza en Cataluña a los extranjeros. ¿Quiénes son extranjeros? En Cataluña en infantil los niños tienen cero horas en español, dos por semana en primaria y tres en secundaria. Sufre tratamiento de foránea, de ajena. En la lógica totalitaria y despótica del nacionalismo, cualquier niño proveniente de zonas que no hablen catalán debe ser recluido en aulas, llamadas de acogida, para normalizarlo, interrumpiendo gravemente su aprendizaje y sometiéndolo a una situación de aislamiento, segregación y exclusión severamente perniciosa para su desarrollo emocional, personal y académico. Alumnos, muchos brillantes, subyugados en criminal apartheid; enviados, a veces, a aulas de atención a la diversidad junto a otros con problemas de aprendizaje o de comportamiento. Y lo mismo con los hispanohablantes llegados de otros países. Todos a las aulas de reeducación y adoctrinamiento en identidad catalana; todos uniformados en el mismo espíritu patriótico, prietas las filas, henchido el corazón. Ya que no podemos garantizar la raza catalana, domestiquemos a los que no son como nosotros. A esta doma la llaman integración.

 Claro, que de una sociedad que pone nombre a sus universidades de reconocidos racistas eugenésicos como Pompeu Fabra se puede esperar todo. ¿Tiene algún departamento el nombre del doctor Mengele?

Miguel Ángel Robles Martínez