La nueva Ley educativa, LOMLOE, ha sido muy criticada desde sus inicios, pero ahora, llegando al final del primer año tras su implantación, nadie habla de ella. Las críticas han sido muchas y muy variadas, casi siempre en un debate enconado que no aporta claridad al hablar de las taras evidentes de la reforma.
Haciendo un breve repaso a las tertulias y disputas al respecto, habitual es observar cómo se ha centrado todo en la cuestión de los contenidos, es decir, en la preocupación por si mi hijo ahora estudiará tal o cual conocimiento: si matemáticas en cuarto de la ESO incluyen o no a Ruffini; si en Historia se habla más o menos tiempo de Franco y los Reyes católicos, etc.
No entiendan mal, no trato de decir que estos asuntos no sean importantes, de hecho, la cuestión de los contenidos se lleva tan a la mínima expresión que resulta harto complejo comprender el funcionamiento de los currículum ofrecidos por la administración, meros índices que el profesor debe desarrollar. La cuestión a mi juicio más radical, y por la que les quiero llamar la atención, es la de la evaluación y calificación final. Seguro que ya saben que las notas numéricas han desaparecido, pero no tengo tan claro que sepan que una misma asignatura, Historia por ejemplo, puede ser completamente distinta de un Instituto a otro. De hecho, unido a la cuestión de los curriculums abiertos, cada instituto puede plantearlas de un modo tan distinto que se parezcan como un huevo y una castaña -disculpen la informalidad-.
Recordará el querido lector que el maestro debe evaluar por competencias, capacidades que el alumno debe adquirir, pasando a ser los contenidos un mero medio para su desarrollo (comunicación lingüística; plurilingüe; matemática y en ciencia, tecnología e ingeniería; digital; personal, social y de aprender a aprender; ciudadana; emprendedora; en conciencia y expresión culturales). Éstas, a su vez, tendrán unas más específicas en cada asignatura, que se servirán de unos criterios de evaluación para poder determinar el nivel de logro de cada cual ¿Un verdadero embrollo, verdad? Así, se debe entender que serán –en el mejor de los casos– los departamentos de instituto, cuando no cada profesor, los que estimen cuanto ponderar cada criterio y que peso darles en la calificación. Por tanto, el profesor es completamente libre para decidir, y aunque formalmente debe dar cuenta de todos los contenidos, lo cierto es que puede trabajar con mucho más ahínco unos que otros, obligar a los estudiantes a trabajar unas cuestiones mucho más que otras y todo ello sería perfectamente legal.
Un ejemplo a veces es clarificador: podemos tener alumnos de 4º ESO -16 años- verdaderos expertos en represión franquista, dejando de lado el resto de la historia contemporánea española, y a otros especializados en el Terrorismo del GAL por la misma razón: el profesor ha diseñado así la asignatura. Y no sólo eso, la materia puede realizarse mediante trabajos, pequeñas actividades, dejando de lado los exámenes y pruebas objetivas para los temas que cada centro determine. Advierto ya las críticas de que un trabajo puede ser más fructífero que un examen, y es verdad, pero es innegable que se pueden generar, y de hecho así será, diferencias tan grandes a la hora de plantear la asignatura que la idea de una educación común nacional se escapa entre nuestras manos.
La nueva educación es la perfecta desmembración, un barro tan aguado que no tiene consistencia alguna. Los más felices pensarán en la sociedad líquida y la diversidad, pero es la solidez de la indefinición buscada la que nos arrolla ¡Ya nadie sabrá qué se ha estudiado en el instituto! A lo anterior debemos sumar una política obsesionada con el subjetivismo, por lo que los títulos educativos tan laxos se convierten, en el mejor de los casos, en una tarjeta de agradecimiento por los años de servicio, condenando a los más humildes a trabajos cada vez más mediocres, pues aún destacando en las instituciones escolares el valor de ese mérito será siempre relativo, puesto en duda hasta por los suyos. Un panorama desolador que convierte a los profesores en meros gestores de ocio y tiempo libre: no se trata de construir gente racional y preparada, sino entretener al vulgo, opción infinitamente más barata que el subsidio por desempleo.
Daniel Guardiola