Políticamente hablando, por no hacer alusión a otras facetas y actividades dadas in medias res sobre la piel del toro, la locura objetiva está bien instalada en España desde hace décadas, y particularmente en Cataluña va alcanzando cotas dignas de «he visto cosas que jamás creeríais». El espectáculo acontecido la semana pasada es el resultado, por otra parte nada sorprendente, del delirio acumulado durante años de adoctrinamiento negrolegendario contra España.

Lo más preocupante de todo esto es la participación en las manifestaciones, e incluso en las agresiones, de los jóvenes catalanes; algunos de ellos incluso estudiantes de secundaria menores de 16 años. ¡Hasta los niños han llegado a encararse con agentes de la Unidad de Intervención Policial (UIP) al grito de «policía asesina» y «fachas»! Con este ejemplo puede corroborarse la infantilización conceptual a la que hemos llegado en España en los últimos años, fundamentalmente por la labor política y pedagógica que desde arriba se ha implantado. E incluso en Cataluña, donde el adoctrinamiento durante al menos tres generaciones ha sido trepidante, el hecho de que unos niñatos ataquen a la policía gritando «¡fachas!» se lleva la palma. 

Será difícil revertir la concepción del mundo y de España de estas criaturas hacia un sano patriotismo español. El virus del separatismo ha inoculado en buena parte del organismo de las nuevas generaciones de catalanes (como también está ocurriendo en otros puntos de España). Esta es otra de las consecuencias del laissez faire monclovita y del régimen de las autonosuyas, el cual -por mediación de sus funestos políticos- ha mostrado ser raquítico en lo referente al patriotismo español, la razón de Estado y la prudencia política. El coronamiento de tal disparate ha sido el afloramiento de españoles enfermos con malquerencia a su nación política.

Estos jóvenes son la más viva expresión del triunfo de la voluntad del adoctrinamiento del odio a España. Parafraseando a Marx, es el ser social de los separatistas y sus colaboracionistas monclovitas lo que ha determinado la conciencia de las juventudes catalanas (por no hablar de las vascas, valencianas, gallegas…).

Los dirigentes separatistas parece que no están por la labor de declarar la mal llamada independencia en el Parlamento (aunque sea suspendida a los ocho segundos, como cobardemente hicieron en 2017). Ahora procuran que semejante independencia sea proclamada por el «pueblo» mediante la insurrección, con niños inclusive.

A todo este delirio, que va in crescendo como una bola de nieve precipitándose en lo profundo del valle, hay que añadir las palizas entre «ultras» de un lado y de otro, esto es, CDRs y grupos de «extrema derecha». Aunque hay que reconocer que esta expresión se usa sin mucho conocimiento de causa tanto por políticos como por periodistas y por el público en general. Y sin embargo, esta es la mejor propaganda que se puede hacer en pos de los separatistas. Pues España es el país que con más «va de retro» se expulsa a Satanás (de hecho, según un reciente estudio, no sabemos si excesivamente riguroso, nuestra nación es la que más progres alberga en el mundo por kilómetro cuadrado). Basta que el separatismo luche contra la extrema derecha para que se ennoblezca su causa. Y por ello hablan de «represión franquista». Con esta propaganda, un camelo creído sólo por bobos de baba (como niños que creen en el coco), se meten a buena parte de la «izquierda española» en el bolsillo. Todo sea por luchar contra el franquismo y ganar la Guerra Civil ochenta años después: locura separatista y necedad izquierdista.

También se han hecho agresiones a mujeres por llevar la bandera de España y los/las femiprogres han callado como meretrices. Si la agredida hubiese sido una separatista tal vez se hubiesen llenado la boca. Tal es la miseria del más nefando izquierdismo cómplice del separatismo (como tantos y tantos en «Madrit» y no sólo en la izquierda).

Y ni que decir tiene que los disturbios no salen gratis y ni siquiera baratos. Comercios y factorías importantes como Seat o Nissan están frenando su actividad. Tal situación, si se prolonga, no significará exclusivamente la ruina de Cataluña sino también del resto de España. El procés es el saqueo al pueblo español, mientras que en Moncloa no hacen nada contra los saqueadores y a favor de los saqueados. Por su parte, los podemitas o podemíticos aplauden con las orejas a los primeros y se ríen de los segundos.  

Y mientras se queman y arrasan las ciudades importantes de Cataluña, en Moncloa siguen rascándose la curva de la felicidad; y como no pasa nada, porque todo lo que ocurre en Cataluña es «normal» -según la vicepresidenta Carmen la cabriense-, ni se les pasa por la cabeza aplicar el artículo 116, es decir, poner en marcha el estado de excepción que ponga fin a esta disparatada situación. Ni siquiera se les ha pasado aplicar un 155 a lo Mariano Rajoy, es decir, con mano blandita y guantes blancos (con Tv3 funcionando). ¿Hubiesen sido posibles estos disturbios tsunamitarras con un 155 que debió aplicarse hace ya unos meses? Aunque lo que nunca debió hacerse fue levantar el que ya aplicó el gobierno de Rajoy, por light que fuese. Porque, según todo indica, el tsunami democrático (fundamentalista democrático o, más bien, fundamentalista separatista) ha sido planeado desde la Generalidad.

Y si Sánchez y Marlaska no hacen nada, el PSC sigue apoyando institucionalmente a los partidos separatistas. ¿Es que acaso el PSC no es un partido separatista? Acuérdense de la era Montilla, cuando se les azuzaba con el látigo a los mercaderes por rotular su negocio en español; cosa que los montillescos-pesecinos hacían con más fervor que convergentes y ezquerratos.       

Con el rostro largo que les caracteriza, como aquellos que mienten sin inmutarse y sin que se les derrumbe la cara de vergüenza, los dirigentes separatistas han afirmado que los causantes de los incendios y de la violencia son «infiltrados» del perverso y opresor «Estado español». Ha sido el mismo presidente de la Generalidad, el posconvergente Joaquín Torra, el primero en expresar este bulo que enseguida se ha difundido a la prensa entregada a la causa separatista, encendida de entusiasmo de prender fuego a base de «fake news». La portavoz de JxCat en el Congreso, Laura Borrás, ha llegado al colmo del cinismo afirmando que «toda la sociedad catalana, democrática y pacífica ha salido a reivindicar sus derechos y libertades», añadiendo que no se puede «criminalizar» a un pueblo por algunos incidentes aislados. Según esto, no son separatistas radicales (fanatizados e idiotizados por el  procés) los responsables de tales altercados sino policías disfrazados que después de realizar tales fechorías reciben sobres con dinero (a lo Bárcenas, les ha faltado decir).

Si la condena a los presos separatistas hubiese sido por rebelión y no por sedición lo más probable es que el escenario hubiese sido muy parecido. La sentencia no ha servido, si ese era su propósito, para calmar los nervios, porque los separatistas ya tenían pensado llevar a cabo estos disturbios se sentenciase lo que se sentenciase. Ya tenían pensando lanzar su «tsunami democrático», el tsunami de la locura objetiva que es el secesionismo en todas sus marcas y vertientes.

    Daniel López. Doctor en Filosofía.