El pasado lunes el terrorismo islamista volvió a dejar su huella en la vieja Europa. Esta vez ha sido en Viena, que en otros tiempos, bastante más heroicos, fue ciudad imperial y que no sufría un atentado desde hace 35 años. 4 personas han sido asesinadas y otras 15 han resultado heridas, 7 en estado grave. El terrorista fue abatido por las fuerzas de seguridad del Estado. Al parecer, según declaró el ministro del Interior, Karl Nehammer, el atentado fue llevado a cabo por «al menos un terrorista islamista» que era «simpatizante del Estado islámico» y que ha sido identificado como Kurtin S., un joven de 20 años (yihadista «milenial») nacido en Austria e hijo de albaneses de Macedonia del norte, que ya estaba fichado por los servicios de inteligencia austriacos porque figuraba en la lista de 90 islamistas austriacos que querían viajar a Siria. Se dice que hay un segundo terrorista que se ha ido a la fuga. Asimismo, varias personas han sido detenidas tras realizarse varios registros domiciliarios. Nehammer ha manifestado que los ataques han ido dirigidos «contra los valores democráticos austriacos».

    Hay que tener en cuenta que en Viena se encuentra la sede de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), y también la de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). Aunque posiblemente los jóvenes yihadistas no sepan nada de todo esto.

    Mientras tanto en España seguimos con la Alianza de las Civilizaciones (de aquella nefasta expresión de ecolalia en el espejo que hizo Rodríguez Zapatero con el título del famoso libro de Samuel Huntington). La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, riega con subvenciones a dos mezquitas y a su vez se la niega a una parroquia católica por no solicitarla telemáticamente (cualquier excusa es buena). Las dos mezquitas han sido las grandes beneficiadas de las subvenciones que el Ayuntamiento otorga para las reformas de adecuación de los centros de culto (lo adecuado es que crezca el islam frente al catolicismo). Asimismo, según el Boletín oficial de la Diputación de Barcelona, la Comunidad Islámica Amigos de la Mezquita del barrio de Pau recibirá 29.998,03 euros y la Asociación Islámica Ciudad Meridiana se embolsará 29.999,77.  

    Nuestros políticos no se atreven a decir Terrorismo Islamista o «terror yihadista». Pedro Sánchez escribía en Twitter: «Siguiendo la información que llega de Viena en una noche de dolor ante un nuevo ataque sin sentido. El odio no doblegará nuestras sociedades. Europa permanecerá firme ante el terrorismo. Nuestro cariño para las familias de las víctimas y la solidaridad con el pueblo austriaco». Y Pablo Casado comentaba: «Acabo de trasladar al canciller de Austria, Sebastian Kurz, mi rotunda condena a los ataques terroristas en Viena y nuestra solidaridad con el pueblo austriaco». E insistía que «el fanatismo y los enemigos de la libertad no tienen cabida en la sociedad, y deben pagar sus actos con todo el peso de la ley». ¿Y de qué naturaleza son esos «ataques terroristas»? ¿Y cuál es ese fanatismo y quiénes son los enemigos de la libertad (libertad para qué)? Palabras rimbombantes que sólo sirven para ocultar la realidad del fundamentalismo (o más bien integrismo) islámico.

    Al menos Angela Merckel sí ha llamado al demonio por su nombre: «la lucha contra el terrorismo islámico» es «nuestro combate común». Macron, en solidaridad con Austria (suponemos que contra los yihadistas), ha dicho que «nuestro enemigos deben saber a quién se enfrentan». Pero todavía es más importante saber a quiénes nos enfrentamos, y el enemigo se llama Terrorismo Islamista, porque se empieza a poner el nombre a las cosas para entenderlas mejor (y no crear confusiones, ambigüedades y tibiezas).

   En España se habla constantemente (hasta el hastío) de «extrema derecha» (cuando los que son señalados como tales en absoluto lo son); y, sin embargo, oficialmente (o desde el oficialismo más recalcitrante y putrefactamente «correcto») es tabú hablar de terrorismo islamista. Y, entre otros motivos (o más bien sinrazones) no quieren hablar de «terrorismo islamista» y prefieren hacerlo de terrorismo a secas o «terrorismo internacional». Y no lo hacen porque creen que eso suena a racismo y xenofobia. Pero habría que recordarles a tales iluminarias que el islam (que por cierto, significa «sumisión») no es una raza ni está circunscrito a una nación, porque es tan pretendidamente universalista como el cristianismo. De hecho, el terrorista de Viena es austriaco (aunque sus padres albaneses, que a la postre desde 2014 es un país propuesto como candidato para formar parte de la Unión Europea), y en Francia mucho de los yihadistas han nacido allí. Por tanto no se trata ni de racismo ni de xenofobia, aunque sí de geopolítica y de «choque» de plataformas continentales y de conflictos de religiones (aunque muchos de los católicos y protestantes sean ateos).

   Daniel López. Doctor en Filosofía.