La otrora vicepresidenta del Gobierno de coaligados, Irene Montero, gritaba en el debate televisado de los candidatos españoles al Parlamento europeo, con contundencia, pero poco argumentario, «¡que viva la lucha de las mujeres!». Es difícil concluir que supiera a qué se estaba refiriendo, toda vez que la candidata vociferante, ha reducido «ser mujer» a un mero sentimiento, dejando a gusto del consumidor satisfecho elegir «género», ese rótulo ideológico tan espumoso como bien digerido por su clientela.
La cuestión es que los comicios europeos han sido el escenario de una contienda en la que, de nuevo, las mujeres han sido un instrumento y no una verdadera preocupación para las izquierdas indefinidas. El feminismo administrado por estas izquierdas ha vuelto, una vez más, a demostrar lo poco preocupado que esta de los problemas reales que puedan acuciar a las mujeres españolas y lo bien dispuesto que está a exponerlas cuando estime conveniente para sus interés partidistas.
Convendrá recordar aquí que de entre las luchas más destacadas de los defensores de estos feminismos administrados cabe destacar con fuerza aquella en la que un grupo de valientes mujeres se cortaron un mechoncito de pelo para librar a las mujeres afganas del yugo del islamismo o cuando la ministra del ramo entró en trance en el Congreso bramando «¡vergüenza! ¡Vergüenza!», como defensa inútil ante la evidencia de que su ministerio se ha mostrado inútil para reducir las agresiones a mujeres.
El feminismo administrado por el socialismo (tan interesado e inútil como el administrado por Podemos) ha tenido su momento de gloria en campaña arropando entregado a quien no es nadie en campaña: la mujer del presidente del Gobierno. Es de suponer que, según sus coordenadas, se han percatado de que un hombre, el presidente, ha salido a defender a su mujer, sin permitirle que salga en defensa propia. Un Gobierno entregado a la agitprop y dos cartas a la ciudadanía después, el socialismo en España (que no «español») ha dado la medida de su catadura: todo vale, incluso la traición.
El feminismo administrado por Sumar (totum revolutum de difícil ubicación en el espectro político, pero de fácil emplazamiento en un imaginario de nubes de colores, unicornios y sentimientos… muchos sentimientos) cuenta con su peculiar musa: ministra de trabajo que lidera el desempleo en la Unión Europea. Inútil para gestionar su marca, a la que ha llevado a la irrelevancia política dentro y fuera de España, aun contando con el indiscutible altavoz de su ministerio («palanca» dicen ahora los modernos politólogos), ha dimitido como líder de sus acólitos, pero ni se le ha pasado por la cabeza dimitir como ministra. Se hace complicado creer que quien no sabe gestionar su propia casa, pueda gestionar la de otros.
Con este panorama entenderán ustedes que la «lucha de las mujeres» no sea tanto la que estos feminismos administrados reclaman, ingenua y partidista, sino la lucha porque esa izquierda deje de luchar por nosotras.
Sharon Calderón-Gordo