Amnistía, narcos, jueces, zorras, secesionistas… España es hoy un hervidero político en el que quienes gobiernan animan esta ebullición a sabiendas de que, para tapar sus desmanes y su incompetencia, principalmente ante su parroquia, hace falta encontrar un enemigo mayúsculo: la fachosfera.

Lo que sea eso, más allá de un nombre resultón, está por ver, pero las izquierdas en España están tan perdidas políticamente, son tan indefinidas, que tampoco hace falta la crítica para convencer a sus entregados votantes. Bastará una palabra, un chascarrillo, un nombre que les lleve a las alturas de su pretendida superioridad moral para que su grado de satisfacción (consigo mismos) sea máximo. Un clímax en el que estar bien resguardados de los peligros de la ultraderecha y que termina en un onanismo ideológico de difícil cura. Puro vicio.

Esa ultraderecha de la que tanto hablan tiene, según sus entendederas, un marcador bien definido: España. Que te preocupa la unidad de España: ultraderecha. Que te inquieta que no todos los españoles seamos iguales: ultraderecha. Que te parece que llamar «zorra» a una mujer no tiene un pase: ultraderecha. Que defiendes el español como lengua de pensamiento y lengua común de todos los españoles y millones de personas en todo el mundo: ultraderecha.

Resulta complicado, por no decir imposible, escapar de semejante calificativo que tan alegremente regala el progresismo de «este país». ¿Qué hacer, entonces? Me van a permitir que aquí les ofrezca un consejo no pedido: contra esto, nada, no hay que hacer absolutamente nada. Es, sencillamente, una propuesta de optimización de nuestro tiempo (ese que tanto le gusta reivindicar a la ministra de las cosas chulas, sin especificar para qué… «para vivir», dice ella, como si estuviera diciendo algo tremendamente sesudo. Las amebas también «viven»).

 Mientras algunos se afanan en demostrarle al mundo que no son fachas, otros (golpistas, secesionistas, ecofeministas, antifascistas… en fin, «progresfera») ejecutan sus planes para desguazar la España que hoy conocemos y convertirla en un totum revolutum de señas de identidad y sentimiento que, si no se pone remedio, terminará con su desaparición. Puede que incluso con la propia desaparición de los que llevan a cabo la desmantelación de España, porque nadie se ha parado a pensar (mucho menos a explicar) qué pasará con la sanidad, la educación o las pensiones en las repúblicas imaginarias que hoy reclaman los secesionistas y que sus aliados ven con buenísimos ojos. Puede que, incluso, Sánchez sea el primer presidente de nada.

 Así que no, que no les preocupe ni lo más mínimo ni que les llamen fachas ni que les ubiquen en la fachosfera. El empeño debe ponerse, siempre, en la defensa de la nación española. Ellos pelean contra un enemigo imaginario, los demás debemos hacerlo por mantener y hacer mejor lo que realmente existe: España. Todo lo demás son cuentos.

Sharon Calderón-Gordo