El Señor juzgará entre las naciones y decidirá los pleitos de pueblos numerosos. Ellos convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. Ningún pueblo volverá a tomar las armas contra otro ni a recibir instrucción para la guerra.
Isaías 2:3-4

No pocas noches del mes de abril de 1878, Charles Taze Russell, vestido únicamente con una túnica blanca, esperó ser arrebatado al cielo, cual Elías, desde el puente de la calle sexta de la ciudad de Pittsburgh, Pensilvania. Lamentablemente tal arrebato no se produce. Se hace necesario corregir cálculos, ampliar plazos e, incluso, ir deshaciendo la idea adventista de la segunda venida de Cristo para evitar desconfianzas. En el floreciente mercado de religiones estadounidense de finales del siglo XIX aún había sitio para los, más tarde denominados, Testigos de Jehová.
Un líder carismático, prácticamente analfabeto, con buenos fondos y buenas ideas puede construir un imperio económico capaz de penetrar en el fértil campo anglosajón. Revistas, libros y hasta una obra cinematográfica incatalogable, el Fotodrama de la Creación, son fruto de la sagacidad de Russell. Su paulino ánimo le lleva a recorrer Estados Unidos y la Gran Bretaña predicando cercanos acontecimientos apocalípticos, negando personalidad al Espíritu Santo o advirtiendo de un cambio climático gradual que llevará al mundo a unas condiciones ambientales óptimas para el restablecimiento del Edén bíblico.
Pero nada de esto hace sobresalir a este grupo del conglomerado de sectas protestantes. La marca distintiva por excelencia de los Testigos de Jehová no es que crean o dejen de creer en el Infierno o no terminen de cuadrar las fechas de futuros y alarmantes acontecimientos. A los Testigos de Jehová se les conoce porque se niegan a hacer el servicio militar como se niegan a recibir transfusiones de sangre.
Los Testigos de Jehová no están dispuestos a morir o matar por la patria porque no reconocen más padre que Dios Padre, para ellos, Jehová. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, tampoco. Ni están dispuestos a morir ni a matar por la patria ni, además, están dispuestos a que sean otros los que lo estén. Según estos señores, se mata o se muere por la democracia. Morir o matar debe ser un acto democrático.
Esta Asociación propuso hace unos días al Gobierno de la Nación la sustitución del lema “Todo por la Patria” ubicado en los frontispicios de los cuarteles españoles, por otro más acorde a su sensibilidad, “Todo por la Democracia”, es decir, “dispuesto a dar la vida (y a quitarla) por la Democracia”. Ni Patria, ni España. Según estos señores el lema “Todo por la Patria” se construye desde el bando sublevado durante la Guerra Civil, es decir, contra la II República que era, ante todo, una democracia. Los sublevados, siempre según estos señores, utilizaban la idea de patria como coartada para asesinar, encarcelar, violar y exiliar a los demócratas, por lo tanto, estos lemas deben ser retirados urgentemente. Un verdadero demócrata no tiene patria. Un verdadero demócrata, como un Testigo de Jehová, debe obediencia a un único Señor, en este caso, Señora, la Democracia. La Madre Democracia, diríamos.
Que dos centenas de Testigos de Jehová disfrutaran de su estancia en las cárceles españolas en los últimos años del franquismo y los primeros decenios del régimen del 78 por negarse a cumplir con el entonces obligatorio servicio militar, no pasaría de ser una anécdota de la Historia sino fuera porque los movimientos pacifistas encontraron en estos pobres desdichados el reclamo necesario para obtener una atención internacional al problema español del servicio militar obligatorio en uno de los episodios más esperpénticos vividos en aquella España: el reconocimiento de la “objeción de conciencia”.
El que pasa por ser el primer “objetor de conciencia” para el imaginario jehovático, Antonio Gargallo, fusilado por desertor en el año 1937 (es decir, por no querer darlo todo por la Patria) tenía un amigo en la persona de Nemesio Orús, también Testigo de Jehová y también dispuesto ante un pelotón de fusilamiento. Cuenta la leyenda que en ese trágico momento, su esposa, que no era Testigo de Jehová, se echó a los pies del capitán del pelotón para rogarle que le dejara marchar, que su marido “había perdido la cabeza con la Biblia”.
Sin necesidad de echarnos a los pies de nadie ni de rogar absolutamente nada, observamos que estas gentes de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica han perdido la cabeza con la Democracia pero, sobre todo, han perdido la cabeza al querer prescindir de una Patria que es de todos y que durante los años de la Guerra Civil defendían todos. Ningún bando prescinde de la idea de España y de la idea de Patria. El que muere en el bando republicano, lo hace por España y el que muere en el bando sublevado lo hace por España. Por gobernar la tierra de los padres, eso sí, cada uno desde una perspectiva distinta, antagónica, fieramente opuesta, tan opuesta que es capaz de amalgamar en cada bando facciones que en otras circunstancias no podrían ni compartir los más mínimos gestos de educación.
Negar España al bando republicano es conceder España al bando sublevado.
Perder una guerra civil no puede ser excusa para conceder tanto.

Paloma Villarreal Suárez de Cepeda