Mientras Europa mira con preocupación hacia Rusia y nos pide que preparemos un kit de supervivencia, España sufre desde hace décadas una amenaza constante, solapada, persistente, que apenas se menciona en los foros de Bruselas: la guerra híbrida que Marruecos conduce contra nuestra Nación. En este escenario nos dicen que debemos rearmarnos, y estamos de acuerdo. Pero no con la prioridad de defender las fronteras de Ucrania, sino para proteger nuestra propia soberanía, nuestras ciudades en el norte de África, nuestros mares y nuestro territorio de la presión continua y estratégica que ejerce Marruecos.

Marruecos no necesita tanques ni aviones para desestabilizar a España. Le basta con las herramientas propias de lo que se conoce como conflicto híbrido: flujos migratorios masivos, presión diplomática, espionaje, sobornos, manipulación de narrativas históricas y apoyo encubierto a estructuras políticas afines a sus intereses.

El conflicto híbrido es una forma moderna de agresión. No requiere una declaración formal de guerra, ni siquiera tropas en el terreno o disparos. Basta con voluntad política, tiempo y una estrategia bien calibrada para erosionar la soberanía del adversario sin que éste pueda responder militarmente sin quedar como el agresor. Marruecos domina este arte con maestría.

Durante las últimas dos décadas, el Reino alauí ha desplegado una combinación de presiones económicas, diplomáticas y migratorias que convierten a España —y en menor medida a la Unión Europea— en rehén de sus ambiciones territoriales. Porque, no nos engañemos, Marruecos no ha renunciado a Ceuta, Melilla, ni a las Islas Canarias. Su narrativa oficial, su cartografía escolar, su presión demográfica y su diplomacia así lo demuestran.

Un ejemplo claro fue el asalto masivo a Ceuta en mayo de 2021. Cerca de 10.000 personas cruzaron ilegalmente la frontera, muchas de ellas menores, empujadas deliberadamente por Rabat como represalia por la atención médica prestada al líder del Frente Polisario en España. No fue una crisis migratoria, fue un ataque político con civiles como munición. Una agresión sin armas, pero con efectos igualmente devastadores.

La migración masiva como instrumento de presión no es nueva. Lo hemos visto en la frontera de Polonia con Bielorrusia. Pero lo que en el Este se denuncia como «guerra híbrida» de Lukashenko, en el Sur se ignora cuando lo practica Marruecos. Y, sin embargo, el patrón es el mismo: presión demográfica, desestabilización social y chantaje político.

En el caso español, esta táctica se combina con la cesión sistemática de soberanía de nuestros sucesivos gobiernos, que aceptan sin pestañear que la agenda migratoria española dependa del humor del Majzén. El control de las rutas migratorias se ha convertido en un arma diplomática que Marruecos usa con total impunidad, bajo la protección de un relato de cooperación bilateral ficticia.

Pero Marruecos no actúa solo en nuestras fronteras. También ha conseguido infiltrarse en los pasillos de Bruselas. El conocido como Qatargate reveló que Rabat también había orquestado su propia red de influencia en el Parlamento Europeo, sobornando a eurodiputados para blanquear su imagen internacional. Una red de corrupción que, a día de hoy, sigue sin tener consecuencias diplomáticas serias.

La manipulación narrativa también es una de las herramientas más efectivas en la zona gris del conflicto híbrido. Marruecos invierte millones en la promoción de una narrativa victimista, anticolonial y supuestamente progresista, que blanquea sus ambiciones imperialistas y silencia sus prácticas en el Sáhara Occidental.

Mientras tanto, los medios españoles callan o relativizan. Nuestra clase política —con la honrosa excepción de VOX— prefiere entregar la soberanía nacional en nombre de una paz que no existe. No es paz lo que hay en nuestras fronteras. Es sumisión estratégica frente a una potencia que no disimula su voluntad de expansión.

Creo firmemente que la única respuesta eficaz ante una amenaza híbrida como la que representa Marruecos es la preparación integral del Estado para afrontarla. En primer lugar, esto exige un rearme serio y estructurado, no en forma de compras estéticas ni desfiles simbólicos, sino potenciando nuestras capacidades operativas en los ámbitos que esta guerra requiere: inteligencia, operaciones especiales, ciberdefensa y defensa de frontera, con protocolos claros de actuación frente a la instrumentalización de civiles.

A nivel diplomático, España debe dejar de comportarse como un arrabal del sur, y exigir a nuestros socios europeos que reconozcan y respondan a la amenaza que sufrimos. Ceuta, Melilla y Canarias no son un asunto bilateral con Marruecos, sino una cuestión estratégica europea, tanto como lo es el Báltico o el Dombás.

Es igualmente esencial recuperar una narrativa nacional clara y firme. Marruecos gana terreno no solo con presión física, sino con propaganda. Necesitamos contrarrestar su relato, reivindicar nuestra soberanía histórica y cultural sobre nuestros territorios y denunciar, sin complejos, las estrategias de manipulación que Rabat extiende en universidades, medios de comunicación y organismos internacionales.

Por último, hay que cerrar filas institucionales. No podemos tolerar que existan en nuestro país fundaciones, partidos o movimientos políticos subvencionados, directa o indirectamente, por intereses hostiles. La defensa de España empieza por blindar sus instituciones frente a quienes buscan debilitarlas desde dentro.

Ignacio Temiño