En el examen para acceder a la universidad los alumnos valencianos han tenido que tragar con la tarea de realizar un comentario de texto de una noticia del diario Levante sobre un informe del Consejo de Europa en el que se sostenía que el idioma valenciano «se encuentra en una situación preocupante, sobre todo en el marco de la Administración del Estado y del sistema judicial». Y se criticaba la ley autonómica del 2018 y a la vez se hacía eco de un informe que varias organizaciones entregaron a la Oficina de Derechos Lingüísticos de la Generalidad Valenciana para que se visibilizase «la discriminación que padece la ciudadanía que habla valenciano en el País Valenciano». Puede que sea la discriminación del valenciano en pos del catalán, pero de eso apenas se habla.
Sea como fuere, el caso es el victimismo separatista que usa la lengua del terruño -esto es, que no trasciende el mismo- como rasgo «identitario» -se dice- y como lo más sagrado de la cultura y del pueblo, frente a la imposición del «centralista» e «intolerante» «castellano».
Pero el caso que más ha llamado la atención es el examen de Lengua y Literatura catalana de selectividad para acceder a la Universidad de las Islas Baleares (UIB), y no ya a la Universidad de Barcelona. En dicho examen se ha puesto a los alumnos un comentario de texto catalanista contra «el castellano». Se trata de un artículo que se publicó el 27 de diciembre de 2019 en el diario separatista Ara.cat, que firma el escritor y columnista mallorquín -pero que escribe en catalán- Melcior Comes.
En el texto -que los alumnos tenían que comentar y dar su opinión- el autor se lamenta de que los asistentes de voz electrónicos no estén todavía adaptados para procesar y contestar en catalán, y si no llega el día en que ya estén adaptados entonces -vaticina el autor- «estamos perdidos», ya que «si nos pasamos tantas horas hablando con estos aparatos en castellano será una derrota más de nuestra lengua, más significativa que la que sufrimos día a día en la administración de Justicia o en la cartelera del cine».
Pero el autor se congratula de que cada día haya más usuarios empeñados en introducir el catalán en estos medios y así ayudan «a los usuarios de los países catalanes»; como si a éstos el español les sonase a chino y no fuese también «nuestra lengua»; como si el español no fuese una lengua cooficial sino una lengua no sólo extraña sino además, y fundamentalmente, opresora; como si fuese el catalán y no el español una lengua perseguida.
Sin embargo, en este caso, el de los ideólogos del diario Ara y los examinadores de selectividad, no se trata de imponer el mallorquín (que impuesto contra el español igualmente sería un atropello y una enorme imprudencia), sino el catalán, y junto al mismo el adoctrinamiento separatista y el fantasioso imperialismo de los «Països Catalans».
Pero la frase que más polémica ha despertado es la siguiente: «Estamos hablando con un asistente que nos ayuda o distrae, no con un guardia civil, pero de momento no tira si no le hablas en la lengua de un imperio». Curiosamente, cuando en la página web del diario se pulsa la opción de traducir el texto al español, esta frase -que cierra el párrafo- desaparece.
El caso es que es completamente cierto que el español es la lengua de un Imperio (como lo es el inglés, y en menor medida el francés; y como en su momento lo fue el latín a través del Imperio Romano). Y eso, lejos de ser una vergüenza, como insinúa este autor y los examinadores mallorquines, por no hablar de cómo lo presenta la prensa nacional (no ya pro-secesionista), es un motivo de orgullo y satisfacción por su potencia y universalidad.
Porque la lengua es siempre compañera del Imperio, como muy bien sabía Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática castellana que se publicó en 1492. Y si el español a día de hoy es un idioma universal con aproximadamente 500 millones de hispanohablantes es precisamente porque fue la lengua de un Imperio y no por el mito de la cultura, o porque hablando se entiende la gente.
Y no es sólo una cuestión del pasado o del presente pero simplemente en forma de reliquias y relatos, porque esos 500 millones de hispanohablantes se distribuyen en la actualidad en 21 naciones políticas que tienen al español como lengua oficial de sus respectivos Estados (a lo que hay que sumar el crecimiento del español en el Imperio Estadounidense). Curiosamente en el único país donde se persigue y se discrimina al español, sobre todo en las aulas, es en la propia España; señal de lo mal que estamos: como si fuese inexorable el camino hacia la disolución de la nación.
En tiempos coronavíricos, donde va a configurarse un nuevo escenario mundial, es más importante que nunca reivindicar al español (que no «castellano») como una lengua universal (lo que no es el esperanto que nadie habla, y lo que no es -porque no puede serlo- el catalán, como tampoco el mallorquín y el valenciano; ni tampoco el gallego y ni mucho menos el euskera o los bables). Y sí: es el idioma de un Imperio. De un Imperio generador cuya norma era la simetría entre la España peninsular e insular y la nueva España americana. Por ello, si España quiere decir algo en el escenario geopolítico que se avecina tiene que ser, entre otras cosas, a través de la lengua de un Imperio; porque lo demás es una torre de Babel en la que hablando no se entiende la gente y en donde divididos seremos vencidos.
Daniel López. Doctor en Filosofía.