Confucio decía que los ritos y el cuidado de la tradición son fundamentales para mantener la estabilidad social y conservar el pasado común. Los símbolos, como la bandera, también. Hoy en día, en una sociedad cada vez más carente de referentes, estas palabras pueden sonar a arcaicas. Sin embargo, para muchos de nosotros, la existencia y el cumplimiento de una serie de ritos, y el respeto a los símbolos comunes son fundamentales para reivindicar nuestra identidad y nuestro lugar en el mundo como herederos de una historia milenaria.

La bandera es uno de los símbolos más poderosos de una nación. Es un emblema de unidad y pertenencia que nos ayuda a recordar quiénes somos y hacia dónde vamos como sociedad. La bandera hace que la nación exista de una forma que la inversión en educación y sanidad, por poner dos ejemplos muy recurrentes, no podrá lograr jamás. Esto es especialmente relevante en nuestro mundo cada vez más globalizado, donde las fronteras se difuminan y las culturas se mezclan, y la bandera es una manera de afirmar nuestra identidad y nuestra independencia. Es un parapeto de libertad frente a quienes quieren usurpar nuestras vidas y decidir por nosotros. Por eso, no es de extrañar que los enemigos de España busquen acabar con ella, y por eso es tan importante defenderla. La destrucción de estos símbolos y ritos puede llevar a la desconexión y la pérdida de identidad de la sociedad, a la ausencia de raíces y al desconcierto. Esto es muy peligroso, porque los vacíos siempre son aprovechados para proponer otros referentes alejados de la libertad.

Como decía al principio, los ritos también son importantes para mantener la estabilidad política y social. Aunque muchos los consideren cosa del pasado, su observancia estricta es una de las claves para ubicarnos y encontrar nuestra identidad. Los ritos nos ayudan a establecer límites y a crear un orden social que nos permita convivir de manera pacífica. Nos recuerdan que somos parte de una comunidad y que debemos contribuir a ella. Podemos hablar de muchos ritos, como los religiosos y los civiles. Levantarse cuando el profesor entra en el aula, ceder el sitio en el transporte público a una mujer embarazada, las procesiones de Semana Santa, respetar la Cuaresma o festejar fechas señaladas como el 12 de octubre. Todos estos son (o deberían ser) ritos que conforman nuestra sociedad y que nos hacen sentir parte de una casa común, España.

Además, la observancia de ritos y el respeto a los símbolos no son una forma de cerrarnos al mundo, como pueden criticar algunos, sino todo lo contrario. Son una manera de afirmar nuestra identidad y un punto de partida para establecer relaciones con otras culturas y comunidades. Es una forma de decir que somos diferentes, pero que respetamos y valoramos las diferencias con otras naciones en sus territorios.

La defensa de la bandera española no implica una postura cerrada o intolerante, sino que representa el respeto y la protección de nuestra historia, cultura y tradiciones. Los enemigos de España afirman que la defensa de nuestros símbolos nacionales es un acto de fanatismo, pero nosotros sabemos que es un acto de amor y respeto hacia nuestra nación y su legado. Y es precisamente el amor el que debe prevalecer frente al peligroso fenómeno de desapego hacia la bandera nacional, lo que pone en peligro la identidad y la unidad de nuestro país.

En una sociedad que idolatra una libertad de elección mal entendida, donde las decisiones importantes son tomadas cada vez más por grandes corporaciones o entidades internacionales, al individuo corriente se le relega al lugar de mero observador. Es solo al defender nuestra nación y sus valores, donde podemos encontrar un sentido de comunidad y un propósito compartido desde el que adoptar las decisiones que de verdad afectan a nuestras vidas. La libertad, la verdadera libertad, es poder crecer y evolucionar como ciudadano dentro de un proyecto común que nos cuida y nos protege, España.

Ignacio Temiño