A raíz de unas declaraciones de Saadeddine El Othmani, el primer ministro marroquí, en las que éste afirmaba en una televisión egipcia que tanto Ceuta como Melilla son marroquíes, al igual que el Sáhara, hace unos días se llamó a consulta desde el Ministerio de Exteriores a la Embajada de Marruecos pidiendo una explicación. A su vez, el 22 de diciembre, en una rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, y ante una consulta realizada por un periodista acerca de estas declaraciones, la vicepresidenta, que había presidido el Consejo debido a la cuarentena del presidente, respondió con cierta contundencia. Sus palabras fueron estas: Ceuta y Melilla son españolas, no hay tema. Lo conoce muy bien el Gobierno marroquí y no hay tema, es que esto no lo discute el Gobierno de España ni lo discutimos en este país.

Y menos mal, pero parece que desde el Gobierno marroquí no lo tienen tan claro, dadas las declaraciones de su primer ministro. Y podríamos tomar estas declaraciones de nuestros vecinos del sur como una simple rodomontada  fruto de la euforia por su próxima anexión –gracias al apoyo estadounidense, francés e inglés– del jurídicamente español Sáhara Occidental, con todo su territorio, riquezas, aguas y su nada afecta población. Pero tampoco podemos dejar de tener en cuenta que las pretensiones sobre Ceuta y Melilla por parte de Marruecos tienen una larga tradición e incluso fueron motivo de guerras en el pasado. A estos territorios se podrían añadir otros enclaves españoles, por ahora, como la isla del Perejil o las Chafarinas, que como el Sáhara nunca fueron marroquíes. Todos ellos enclaves geoestratégicos de gran importancia. A todo esto hay que añadir otro enclave geoestratégico de mayor importancia si cabe: el estrecho de Gibraltar. Este estrecho es uno de los puntos geoestratégicos más importantes del globo, uno de los estrechos más vigilados y por los que pasa una gran cantidad de mercancías y recursos energéticos. Un punto, por tanto, que viene a complicar todavía más las siempre difíciles relaciones entre España y Marruecos ya que estas relaciones, precisamente por la importancia del estrecho de Gibraltar, están constantemente atravesadas y mediadas por los intereses de otras potencias en dicho estrecho.

Dados estos intereses geoestratégicos y las mediaciones de terceros, las relaciones entre España y Marruecos no son nunca del todo bilaterales. Por ello quizá una forma inteligente de resolver problemas entre ambos Estados, o al menos de acercar posturas, podría ser que ambos países, por conveniencia mutua y en contra de terceros, solidariamente por tanto, desarrollaran una colaboración más estrecha para un control del estrecho, intentando evitar las injerencias de otras potencia en la medida de lo posible. Quizá, decimos, dado que ambos países, por su propia geografía, están condenados a entenderse o a hacerse la guerra, lo más inteligente sería, si queremos evitar el enfrentamiento armado antes o después, buscar acuerdos bilaterales tanto comerciales como políticos o militares que favorecieran y fortalecieran a ambos, rebajando así las tensiones y las absurdas pretensiones territoriales de Marruecos.

Y aquí nos topamos con un escollo, al menos por parte española. Porque hablamos de la posibilidad de llegar a acuerdos solidarios frente a terceros, pero como todo bueno negociador sabe no hay mejor forma de llegar a acuerdos que desde una posición ventajosa, de fuerza, o al menos de igual a igual. Por ello desde DENAES consideramos que la mejor forma para que estos posibles acuerdos sean también ventajosos para España o que al menos, con acuerdos con Marruecos o no, «no haya tema», como dijo la vicepresidenta, es con una España fuerte política, demográfica, militar y económicamente. Cosa que hoy, al menos, no es.

A menudo se ha dicho que España carece de política exterior, y que ésta siempre ha estado enmarañada por la política interior. Que desde que el Imperio español se descompuso tras varios siglos luchando a brazo partido contra tantos, hemos estado en manos inglesas, francesas y estadounidenses en mayor o menor medida. Y en cierto modo esto es verdad. Tampoco es extraño, porque, como hoy podemos observar, muy difícilmente puede un país débil y en descomposición volcar sus esfuerzos en actividades internacionales de gran calado. Es por ello que asuntos como la crisis inmigratoria en Canarias y los avances territoriales y militares marroquíes muestran hasta qué punto España necesita una reconfiguración que fortalezca su posición tanto interna como externamente, pues ambas cosas son inseparables. España requiere, en definitiva, de políticas de largo alcance que dejen de lado los maniqueísmos, los sectarismos y los particularismos ponzoñosos, que dejen de lado las políticas de partido dando paso a políticas de Estado y que los Gobiernos se centren en fortalecer al Estado, garante de los derechos y de la libertad de los españoles.

Estas políticas de largo alcance a las que nos referimos requieren de planes y programas en multitud de aspectos. Uno de ellos es el demográfico. Aprovechando las crisis inmigratorias, como la que se vive en Canarias, se señala a menudo que España, dada su baja natalidad, necesita a estos inmigrantes. Y puede que sea cierto, pero si es cierto esta certeza no deja de apuntar, de nuevo, a la debilidad, decadencia y descomposición de la nación española. Porque la inmigración no puede resolver el problema demográfico aunque pueda ayudar, de modo que el Gobierno de España, del signo que sea, debe impulsar políticas destinadas a aumentar la natalidad que garanticen el mantenimiento o aumenten la población española. No hay que olvidar que el factor demográfico es siempre fundamental a nivel geopolítico y económico.

Pero esto no puede venir solo, porque difícilmente se podrán las familias españolas tener hijos cuando sus ingresos no hacen más que descender y las dificultades para conciliar trabajos y crianza no hacen más que crecer. De modo que otra de las políticas de gran alcance necesarias está en la reconfiguración industrial, empresarial, laboral y económica de España en su conjunto. Una reconfiguración que haga posible que aumenten los ingresos familiares, aumenten las posibilidades de trabajo y que permita que los españoles tengan y críen a sus hijos con relativa facilidad. Es imposible un reemplazo demográfico, o un aumento demográfico, sin una estructura económica que lo permita. Y si ese reemplazo no se produce, la estructura económica también se ve afectada.

Y por último, debemos señalar que son necesarias políticas de gran alcance que, a la par, aumenten la cohesión nacional. Por ejemplo las políticas relacionadas con la educación o la lengua común, el español; aspectos estos que, como DENAES ya ha tratado en otras ocasiones, van justo en el camino contrario. Esa cohesión nacional permitiría que las energías de la nación española, y de sus dirigentes, no se consuman constantemente en mantenerse en la (co)existencia, sino en fortalecerla y crecer cada día más. Sin estas reformas es imposible, a su vez, fortalecer el poder diplomático y el poder militar español –que también requiere de un mayor presupuesto, prestigio y fortaleza– que den a España, como mínimo, capacidad para defender lo que es suyo sin que haya ni pueda haber «tema».

Reformas como las que comentamos, y otras muchas, deben emprenderse con la mayor de las urgencias, ¿será España capaz? Sólo desde una nación y un Estado fuertes es posible que las relaciones internacionales de España cuenten con una seguridad y estabilidad que garantice a los españoles que sus derechos y libertades no se verán amenazadas. Sólo desde un Estado fuerte, cohesionado y que tenga claro su papel en mundo y en la historia podrá empezarse a hablar de una política exterior española. Por ello desde DENAES instamos al Gobierno, a éste y a los sucesivos, a emprender todas las reformas y acciones necesarias para el fortalecimiento de la nación española, e instamos a los españoles a presionar a dichos gobiernos para conseguir que la seguridad, la prosperidad y la libertad de todos quede garantizada. En definitiva, para que realmente no haya «tema».

Emmanuel Martínez Alcocer