Pocos españoles actualmente conocen que la última guerra formal librada por España se libró contra Marruecos, entre 1957 y 1958, en la entonces provincia española de Ifni. Y decimos provincia, que no colonia. Pero si queremos ahora hablar de aquella desconocida guerra es porque no sólo tuvo un significado militar y geopolítico en el contexto del final del protectorado marroquí, sino que constituyó, en perspectiva actual, el punto de partida de una estrategia prolongada de hostigamiento por parte de Marruecos contra los intereses, territorios y soberanía de España. Comprender los factores de aquella guerra es comprender también el presente.
La guerra de Ifni-Sáhara estalló un año después de la constitución formal de Marruecos como Estado, ya que a pesar de las ensoñaciones grandilocuentes que la monarquía alauita implanta en sus ciudadanos (y en muchos españoles), Marruecos no existió propiamente hasta 1956. El conflicto se abrirá cuando las nuevas autoridades marroquíes alentaron a la invasión de territorios bajo soberanía española en el sur del país. Lo hicieron por medio del llamado Ejército de Liberación Marroquí, que efectivamente era una fuerza irregular, pero muchos de ellos habían recibido entrenamiento militar por parte de España y Francia. Y estaba, al fin y al cabo, armada y orientada políticamente desde Rabat. Su objetivo era claro: desbordar la resistencia española y anexionar la provincia de Ifni, así como partes del Sáhara occidental. Marruecos no había aceptado, como sigue sin aceptar hoy, las fronteras trazadas, y buscaba ampliarse territorialmente a costa de España y otras naciones del entorno.
España respondió con operaciones militares regulares, desplegando tropas del Ejército de Tierra, del Aire y de la Marina. La capital de la provincia, Sidi Ifni, fue fortificada y resistió, aunque no sin dificultades, a los ataques. Sin embargo, las autoridades militares optaron inicialmente por un repliegue defensivo, abandonando las posiciones rurales para concentrar fuerzas en la ciudad. Unas posiciones que costaría mucho volver a controlar. La ayuda francesa, especialmente en el frente sahariano, fue también importante para frenar el avance de los invasores, ya que desvió la atención de parte de estos, aunque sin llegar a ser determinante en la defensa de la propia ciudad de Ifni, que jamás cayó.
Al contrario de lo que algunos repiten con ligereza, España no fue derrotada militarmente. Mantuvo el control de la ciudad de Sidi Ifni hasta 1969 y recuperó algunas posiciones perdidas. Sin embargo, el resto de la provincia, especialmente las zonas rurales, quedó bajo el hostigamiento o dominio de las fuerzas marroquíes, al menos de facto. Y aunque militarmente se resistió, a pesar de que Estados Unidos prohibió el uso del material militar cedido o donado a España, puede decirse que fue una derrota política estratégica, porque la presencia española quedó reducida a la franja urbana costera sin capacidad de proyección sobre el interior.
Tras unos duros meses la guerra concluyó con un acuerdo con el que España conservaba el territorio, pero supuso el inicio de un proceso de repliegue. Finalmente, en 1969, España cedió definitivamente la provincia de Ifni a Marruecos, presionada también por la ONU, que había exigido su «descolonización», cosa absurda ya que no era una colonia. Pero el régimen de Franco accedió, al parecer, para ganar tiempo en la defensa del Sáhara. Defensa que, como sabemos, resultaría efímera. La retirada de Ifni no fue una decisión militar, sino política. España no había sido vencida por las armas, pero renunciaba a resistir más allá de sus capacidades diplomáticas. Esta cesión se presentó como una concesión prudente, pero en realidad marcó el inicio de una línea de retrocesos estratégicos ante Marruecos que no ha parado desde entonces.
Porque desde entonces Marruecos ha mantenido una estrategia de presión sistemática sobre España que ha ido cambiando: del hostigamiento militar a la agresión diplomática, de la infiltración cultural a la guerra híbrida mediante mecanismos como inmigración masiva. Marruecos nunca ha renunciado a sus aspiraciones sobre Ceuta, Melilla y otros territorios españoles en el norte de África, como tampoco ha abandonado su pretensión de influir y controlar los flujos migratorios y las relaciones diplomáticas hispanoafricanas desde una posición de chantaje permanente.
Hoy esa amenaza es más que visible. Son insistentes los rumores y avisos sobre una nueva «Marcha Verde»; no ya contra el Sáhara –que Marruecos considera definitivamente incorporado–, sino contra Ceuta y Melilla. La preparación psicológica y moral de la población marroquí, el revisionismo histórico que niega la legitimidad española sobre las dos ciudades, las campañas internacionales de desinformación y victimismo diplomático, e incluso los ejercicios militares cerca de las fronteras, son un permanente desafío y una situación preocupante. La agresión, en este caso, no es una invasión regular, sino una guerra híbrida: migratoria, informativa, jurídica, doctrinal y diplomática.
España, por su parte, parece no haber extraído las lecciones de Ifni. Mientras Marruecos actúa con frialdad estratégica y voluntad expansionista, España exhibe una mezcla de complacencia, desidia y sumisión. Cuando no directamente de traición por parte de aquellos dirigentes y exdirigentes españoles que se venden a los sobornos de Mohamed VI. A menudo ni siquiera controlamos nuestra propia narrativa histórica, dejando que se imponga un discurso que pinta a Marruecos como víctima y a España como opresora colonial, tergiversando lo que fueron provincias bajo soberanía española, organizadas como parte del Estado.
Lo ocurrido desde entonces puede servir para entender que Marruecos no necesita tanques para avanzar sobre nuestros intereses. Le basta con infiltrar estructuras universitarias, presionar con oleadas migratorias, movilizar diplomacias paralelas, financiar mezquitas, difundir propaganda revisionista y comprar voluntades políticas. La pérdida de Sidi Ifni, como la del Sáhara, no fue inevitable: fue el resultado de una renuncia de soberanía, de una retirada disfrazada de pragmatismo. Y esa misma lógica se repite hoy con los territorios que aún permanecen bajo soberanía española.
Desde la perspectiva de la filosofía política materialista no hay enfrentamientos ideológicos ni culturales abstractos entre España y Marruecos, sino conflictos objetivos entre dos sociedades políticas con intereses enfrentados; una de las cuales –la marroquí– actúa como potencia hostil que no reconoce las fronteras ni la soberanía de la otra. Pretender que la «amistad» o la cooperación bilateral bastan para contener esa voluntad expansionista es una forma de autoengaño con consecuencias geopolíticas graves.
La historia de la Guerra de Ifni-Sáhara no es una curiosidad del pasado. Es un aviso de que el poder y la soberanía no se conservan por «derecho», sino por medio de la defensa activa. Que quien no defiende lo suyo acaba perdiéndolo. Por eso recordar Ifni es útil en la situación presente. No por nostalgia imperial ni por afán belicista, sino para ser conscientes de a qué nos enfrentamos. Porque Marruecos no ha cambiado de objetivo, sólo ha cambiado, por el momento, de estrategia. España no puede permitirse repetir los errores del siglo XX. Ceuta y Melilla no deben ser los próximos Ifni.
Emmanuel Martínez Alcocer