En 1944, cuando la derrota alemana en la II Guerra Mundial era ya cuestión de tiempo, el Secretario del Tesoro de los EEUU, Henry Morgenthau Jr. Presentó al presidente Roosevelt el plan que llevaría su nombre para la reestructuración de la Alemania de posguerra.

            Básicamente, el plan consistía en repartir el territorio alemán entre algunas potencias vencedoras (Polonia, URSS, Francia), establecer algunos territorios bajo administración internacional (la región del Ruhr y Schlechwig-Holstein) y dividir el resto en dos países: Alemania del Norte y Alemania del Sur. La idea era debilitar a Alemania (no olvidemos que es un país que solo estaba unido desde 1870, y desde entonces apenas había dejado de hacer la guerra, empezando por la Guerra Franco-Prusiana). El país, dividido, debía desindustrializarse y reconvertirse hacia el sector primario de la economía. Una Alemania agraria y dividida ya no debería volver a hacer la guerra a sus vecinos; en apenas 70 años de existencia ya había provocado tres grandes guerras.

            Posteriormente, en la Conferencia de Dumbarton Oaks, entre la URSS, EEUU, Gran Bretaña y China, que transcurre entre finales de agosto y principios de octubre del mismo 1944, Roosevelt retira su apoyo a dicho Plan Morgenthau. Básicamente es el inicio de la Guerra Fría.

            El III Reich pierde la guerra mundial. Los triunfadores son la URSS, los EEUU y….la RFA, paradójicamente. Los cimientos de lo que hoy se llama el IV Reich los pone George Marshall, quien fuera general de los EEUU durante la guerra y posteriormente secretario de estado. El famoso plan que lleva su nombre tenía por objetivo principal la construcción y fortalecimiento de la RFA como muro de contención del comunismo real que se construía al otro lado de un Telón de Acero que dividía a Alemania.

            El siguiente eslabón en la creación de la nueva Gran Alemania es la fundación de la CECA, de la CED, de la CEE y su culminación en la UE, una unión europea que cristaliza formalmente tras la reunificación alemana mediante los tratados de Maastricht, Amsterdam, Niza y Lisboa.

            Este proceso, en el que hay una unidad de mercado y de moneda, pero en el que no hay unidad fiscal ni de política económica, dibuja una Europa con una clara división internacional del trabajo: Alemania fabrica y exporta bienes de consumo y de equipo, y el sur se dedica al sector terciario. España se desindustrializa, pasando de ser el segundo fabricante mundial de acero a desmantelar toda su industria pesada. Los que hayan ido al colegio en los años 80 lo recordarán: los países avanzados son (nos decían) los que se dedican más al sector terciario…

            Pero llegan a España los fondos de cohesión de Europa. Europa aparece como un maná que llueve del cielo y que lava la cara a un país en vías de desarrollo. Es difícil no ver un cartel que anuncia la construcción de una nueva carretera en una región deprimida de nuestra geografía. Trenes de alta velocidad, aeropuertos modernísimos, de vanguardia, miles de kilómetros de autopistas y autovías, nos hacen creernos ciudadanos de primera división, europeos, modernos, aseados.

            Al fin y al cabo: un país de servicios necesita un decorado bonito. Si la división europea del trabajo nos ha determinado a ser la playa de los alemanes, no podemos ofrecer paisajes feos, ni infraestructuras africanas. Después será este “despilfarro” en infraestructuras el que se nos eche en cara, haciéndonos pasar por derrochadores.

            Poco a poco, la UE ha ido apareciendo, para quien haya querido verlo, como lo que es. Gustavo Bueno la describió como una biocenosis, como un conjunto de seres vivientes que compiten por los recursos, que viven juntos porque la competencia los mantiene unidos.Bandera.jpg Y así, el aquí tan criticado Brexit no es más que la primera de las posibles salidas de esta unión que está hecho a mayor grandeza de Alemania y aliados. Los británicos, herederos de un gran imperio, lo han visto claro: la pertenencia de Gran Bretaña en la actual UE es como la coexistencia de Alejandro Magno y Darío III bajo el mismo sol: un imposible.

            Alemania nunca puede ser aliada de Gran Bretaña y de Francia. La existencia de Alemania no se entiende sin esta rivalidad; recordemos que la unificación de Alemania se produce en la guerra contra Francia de 1870.

            La crisis del CoVid-19 ha puesto de manifiesto el sinsentido geopolítico de la UE. Y ha puesto de manifiesto otro sinsentido: el del estado de las autonomías español. Iván Vélez lo describe magistralmente en su último libro: el federalismo español es una creación de los servicios secretos americano y alemán para evitar que España caiga, tras el franquismo, bajo la órbita comunista (recordemos que El Partido opositor al franquismo por antonomasia era el PCE, no un PSOE que prácticamente desaparece hasta que el BND y la CIA lo resucitan).

            El estado español se ha visto atrapado entre la política de la UE, que sirve a los intereses alemanes y de sus adláteres (los paraísos fiscales holandés e irlandés, la siempre amiga de Alemania: Finlandia, etc.) y la entropía autonómica. Cuando ha querido centralizar la política sanitaria se ha visto impotente. La raquítica administración central no ha podido hacerse cargo de una situación de esta envergadura.

            Castilla-La Mancha y Navarra intentan comprar respiradores a Turquía; Madrid va al mercado mundial de trileros a comprar mascarillas,…A los pocos días, es el Estado el que tiene que desfacer los entuertos, intentar meter en vereda al turco, lidiar con los demás países.

            Galicia acapara material y, cuando es descubierto, su presidente, Núñez Feijoo ofrece unos pocos respiradores a la Comunidad de Madrid y aparece como el salvador; la oposición de izquierdas, Anova, muestra su cara siniestra, al criticar esa “solidaridad”. Cada autonomía gestiona sus recursos, entra en el mercado mundial, haciendo subir el precio de los bienes de primera necesidad; los especuladores internacionales se frotan las manos; los aviones comprados por Isabel Díaz Ayuso tardan en llegar

            Cada país ofrece dinero a pie de pista; incluso California puja por un pedido que tenía contratado el estado de Nueva York y se queda con el avión con material sanitario.

            Ni siquiera el Estado central es capaz de saber las cifras exactas de muertos y enfermos porque depende de los informes de cada comunidad autónoma. El Estado central solo sirve para dar ruedas de prensa insípidas, sin preguntas y sin información; para que el presidente intente imitar a Churchill en tiempos de crisis sin conseguirlo y para mostrar su impotencia.

            Una impotencia que es causada por el presente gobierno, gobernado por dos partidos abiertamente federalistas. Pero no solo; porque no hay partido político en todos los años de la democracia postfranquista que no haya apostado, de una manera o de otra por el estado de las autonomías, adelgazando hasta la anorexia a la administración central.

            Y no hay partido político en el espectro del parlamento que sea mínimamente crítico con una UE a la que muchos llamamos por su verdadero nombre: el IV Reich alemán. Todos los partidos, desde la izquierda hasta la derecha, desde Podemos a Vox, profesan una fe europeísta que raya en el papanatismo que tanto criticara Unamuno, frente al bobalicón de Ortega y Gasset, obnubilado por la riqueza de Marburgo y Berlín de sus años de estudiante.

            Es cierto que España es el problema (por su estructura autonómica-federal); pero Europa no es la solución, sino que es la causa de este problema.

 

Raúl Boró Herrera