En medio del debate suscitado por la reciente exposición organizada por Vox en el Parlamento Europeo bajo el lema “La Cruz como símbolo de las raíces cristianas», conviene poner en valor algo que va más allá del choque político: el Valle de los Caídos posee un peso simbólico que trasciende la historia española y conecta con la identidad cultural europea.
Y es que en el corazón de la sierra de Madrid se alza uno de los monumentos más imponentes del continente europeo: una obra colosal coronada por la cruz más grande del mundo, que se eleva 150 metros sobre la roca y puede verse desde kilómetros a la redonda. No sé trata solo de una obra de ingeniería y arquitectura única en Europa, sino también de un símbolo de las raíces cristianas, espirituales y culturales de una parte fundamental de la historia de España.
Este lugar ha sido durante años objeto de debate, instrumentalización y polémica política. Pero es momento de ir más allá del ruido y reconocer lo que representa desde una perspectiva más amplia y profunda: un espacio que invita a la reflexión, la reconciliación y el conocimiento de nuestro pasado común.
Más allá de las circunstancias que rodearon su construcción, el Valle constituye un conjunto monumental incomparable, integrado por una basílica excavada en la roca, un monasterio benedictino y una cruz monumental que se ha convertido en una de las más impactantes expresiones del arte sacro del siglo XX.
En un continente que ha sabido conservar y proteger desde ruinas romanas hasta castillos medievales o cementerios de guerra, no se puede entender que se quiera borrar, ocultar o desacreditar un monumento de esta magnitud solo por razones ideológicas. Hacerlo es amputar parte de la historia y perder una oportunidad de diálogo con el pasado. Europa necesita conocer y valorar esta expresión cultural que también forma parte de su alma.
La cruz del Valle de los Caídos no es solo una referencia religiosa. Representa también el sacrificio, la esperanza y la posibilidad del perdón. Puede y debe interpretarse como un mensaje universal: que la memoria no debe ser utilizada para dividir, sino para aprender. Frente al afán de algunos sectores por simplificar la historia en buenos y malos, el monumento nos recuerda que Europa también se ha forjado sobre heridas, conflictos y reconciliaciones difíciles.
Mostrar el Valle al mundo es también una forma de enseñar cómo una nación puede, a pesar de sus fracturas, conservar su patrimonio sin renunciar a su pluralidad, y es precisamente ahí donde reside la especial relevancia de que esta exposición se haya realizado en el mismísimo corazón de la política europea.
La izquierda española lleva años impulsando una visión unilateral de la historia reciente, que lejos de promover una memoria inclusiva, pretende imponer una narrativa cerrada que borra todo aquello que no encaja en sus esquemas ideológicos. El Valle de los Caídos es uno de los principales objetivos de esta ofensiva. Se ha intentado silenciar su significado, desacreditar su valor arquitectónico y espiritual, y convertirlo en un tabú.
Pero la historia no puede entenderse a trozos. Ni se puede construir memoria democrática desde la censura o el resentimiento. Mostrar el Valle a Europa, ponerlo en valor, explicarlo en su contexto —con toda su complejidad— es un acto de madurez histórica, no de nostalgia. Es una forma de decir que no se puede avanzar si se reniega de las propias raíces.
Lejos de ser un símbolo del pasado, el Valle de los Caídos puede ser un puente hacia el futuro. Un lugar donde las nuevas generaciones, españolas y europeas, comprendan que toda historia tiene luces y sombras, y que solo enfrentándolas con honestidad y sin prejuicios se puede construir una convivencia auténtica.
La grandeza de Europa reside en su capacidad de mirar su pasado de frente, sin miedo. El Valle de los Caídos, con su monumentalidad única y su significado espiritual, merece ser mostrado, explicado y respetado. No como una reliquia del pasado, sino como una lección viva de lo que fuimos y de lo que aún estamos llamados a ser.
Juan Sergio Redondo Pacheco