El problema de España (el de su unidad e identidad) no se agota en Europa, pues también está el problema de la fragmentación que reivindican los separatistas y el Estado de las autonomías que les ha permitido a éstos estar donde están. Luego tan peligrosa es la cesión de «toneladas de soberanía» a Europa (es decir, al eje franco-alemán) como la entrega de competencias a las denominadas ridícula y orteguianamente «comunidades autónomas»; vaciando, por ejemplo, ministerios como el de Sanidad: imprescindible para afrontar la actual crisis. Esto más la desindustrialización han sido los errores estructurales inherentes al Régimen del 78; errores que han sobresalido a la hora de combatir la pandemia. A lo que hay que sumar los errores coyunturales del Gobierno central y de los gobiernos autonómicos, que no han sido pocos y realmente de colosal imprudencia de lesa patria.

Después de esto ¿cómo puede sobrevivir el régimen? E incluso veremos si sobreviven los partidos y la monarquía. ¡O mismamente España, que es lo que realmente nos importa! ¿Qué va a ser de la España postcoronavírica -si es que se va el dichoso virus- sin turismo, desindustrializada y descentralizada? ¿Por cuánto tiempo se puede perseverar en tales condiciones? ¿Es que acaso podremos reinventarnos en menos de un lustro? Pues no nos quedará otra si queremos evitar el «Desastre» (que en tal caso sería definitivo).  

Europeístas y autonomistas (o de modo más radical globalistas y separatistas) están comprobando que sus planes y programas sólo eran meros deseos ideológicos, es decir, sólo actuaban como apariencia, esto es, como apariencia falaz y conciencia falsa. Y eso los Estados nacionales lo han mostrado en esta crisis sacando pecho para auxiliar a sus ciudadanos, con mayor o menor éxito (sobre todo lo segundo en naciones como España).

Otra cosa son los finis operis de lo que pueda salir de tan metafísicos finis operantis; y con la llegada de la pandemia hemos comprobado, y más que lo vamos a comprobar con la crisis económica, que tales finis operis están en la miseria primogenérica y a la larga vemos que nos ha salido enormemente caro que los gobiernos de la nación se hayan sumergido en el limbo de las miserias terciogenéricas de la Alianza de las Civilizaciones, la Memoria Histórica, la ideología de género, la Emergencia Climática y el pensamiento Greta Thunberg.

Nos ha tocado vivir la situación más difícil, que nos ha pegado a todos una bofetada de realidad, con el gobierno más entregado al aspecto ideológico de la política, y que soslaya los aspectos pragmáticos de la misma. Como diría Gustavo Bueno, se trata de un gobierno que permanece más en el momento nematológico que en el momento tecnológico, es decir, se dedica más a la propaganda que a los problemas reales de la política menuda y no digamos de la política extraordinaria que impone una pandemia. Un gobierno que vivía en las nubes y se alienó en su idiocia y estulticia ideológica olvidando volver a la caverna desde la que necesariamente partió.

Podría decirse que se trata de un gobierno teoreticista que pone más peso en la teoría que en la práctica, inclinándose por la forma frente a la materia (contra la hechología de las posiciones descripcionistas, que sitúan la verdad más en la materia que en la forma). Dicho de otro modo: en el gobierno socialteoreticista de Sánchez-Turrión la Realpolitik queda subordinada y reabsorbida por la propaganda, como si la política real fuese basura empírica y lo importante fuese la teoría nebulosa que cansinamente se predica y reivindica desde el púlpito demagógico más recalcitrante. Importa más lo que se dice que lo que se hace, el relato que la realidad.

Y miren ustedes por dónde que teoreticista era el filósofo Karl Popper, maestro -¡oh casualidad!- de George Soros, el aliado o más bien el jefe globalista de Sánchez (aunque Soros sólo es la punta del iceberg y la cara visible de la élite globalista financiera, pues los arcana imperii de ésta son inescrutables).   

Si no estábamos preparados para una pandemia -como reconoció colocado más allá de las nubes (y quién sabe si más allá del cielo de Orión) el ministro astronauta Pedro Duque (desconociendo el plan de pandemia de mayo de 2005 con sus anexos, al igual que el fontanero mikelicetero Salvador Illa)- tampoco lo vamos a estar para una crisis económica tan gigantesca como la que se avecina. No con estos politicastros, desde luego. Tras la bofetada de la pandemia vienen los amargos palos de la ruina económica y social, con la incertidumbre como condimento (y buena parte del resto de países más o menos en las mismas condiciones, por si el drama no es suficientemente terrorífico).

Pero también es cierto que las crisis pueden presentarse como grandes ocasiones para redefinirse y eso es lo que hay que hacer en España, si es que surgen políticos con las suficientes agallas y presten su tiempo y talento no a especular con momentos nematológicos absurdos, ni para embobarse en teoreticismos idealistas que desprecian la materia política como si pudiesen «lavarse las manos» con los asuntos que pasan en la misma, sino para llevar a cabo sesudos análisis sobre la realidad y aplicarlos de modo realista y con suma prudencia; lo que es tanto como decir que hay que darle la vuelta del revés a muchas de las posiciones setentayochistas que tienen su quintaesencia en este gobierno sociatapodemitateoreticista.

Y así, de ese humus, cabría pensar que la nación española pueda conservar su eutaxia y se disponga a competir dignamente por un puesto importante en la dialéctica de Estados. Eso si en principio tenemos un poco de patriotismo y ponemos orden en la dialéctica de clases y se derrota a las derivas fraccionarias y a los cochambrosos maniqueísmos tanto del derechismo como del izquierdismo fundamentalistas y guerracivilistas.

    Daniel López. Doctor en Filosofía.